El único remedio
Esta semana hizo titulares el caso de una pareja residente del estado de Pensilvania que permitió la muerte de su hijo de ocho meses. Estos padres pertenecen a una secta que enseña que el uso de la medicina es contrario a la fe en el poder sanador de Dios. En otras palabras, les dicen a sus miembros que no pueden tomar medicina, sino que deben confiar solamente en el poder de Dios para sanar.
Esta idea no es bíblica. Uno de los autores del Nuevo Testamento, Lucas, fue doctor de medicina. En más de un lugar, se manda el uso de lo que hoy llamaríamos medicina; por ejemplo, cuando Pablo le escribe a Timoteo que tome un poco de vino para contrarrestar el mal estomacal.
Es triste pensar en el bebé que falleció innecesariamente, habiendo remedio para su enfermedad, simplemente porque sus padres, por una falsa creencia, no lo quisieron aceptar. Es aún más triste el caso de miles de millones de personas quienes no quieren aceptar el único remedio para la enfermedad de su alma.
En nuestro pecado y rebelión contra Dios, los seres humanos buscamos remedios novedosos para nuestro alejamiento de nuestro Padre celestial. La semana pasada vimos cómo podemos ser seducidos por filosofías vanas y engañosas, basadas en tradiciones humanas. La tradición nos ofrece una forma fácil y controlable de lograr lo que queremos. ¡El único problema es que no funciona!
Hoy veremos cuál es la única solución, el único remedio para nuestra enfermedad. Se llama Jesús, y vamos a ver hoy tres cosas que sólo Jesús puede hacer por nosotros. Abramos la Biblia en Colosenses 2, y leamos los versículos 9 al 15: porque en él habita toda plenitud de [la] Divinidad corporalmente, y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo principado y potestad. En el cual también sois circuncidados de circuncisión no hecha con manos, con el despojamiento del cuerpo de la carne, en la circuncisión del Cristo; sepultados juntamente con él en [el] bautismo, en el cual también resucitasteis con él, por la fe de la operación de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, Rayendo la cédula de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en el madero; y despojando los principados y las potestades, sacándolos a la vergüenza en público, confiadamente triunfando de ellos en él.
Cualquier remedio intenta curar alguna enfermedad. Nuestra enfermedad más grave es la enfermedad de nuestra alma que se llama pecado, y tiene tres síntomas. El primero de ellos es que no conocemos a Dios. Es por esto que la gente inventa dioses y religiones para satisfacer su necesidad interior, porque no conocen al Dios verdadero.
El segundo síntoma que causa nuestra enfermedad es que no estamos relacionados con Dios. Al no saber quién es, tampoco podemos tener amistad con El, saber que está de nuestro lado y vivir con Él. El tercer síntoma es que, al desconocer a Dios y estar alejados de Él, quedamos bajo el poder de otros espíritus, de espíritus que buscan destruirnos.
El único remedio para nuestra enfermedad, que cura todos estos síntomas, es Jesucristo. Veamos cómo Él es el remedio perfecto para cada uno de ellos. Los versos 9 y 10 nos hablan del primer síntoma, y su remedio. Nos dicen que "Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo". En otras palabras, todo lo que Dios es se encuentra presente en Jesucristo.
Podemos ver reflejados en la creación diferentes destellos de la gloria de Dios. Por ejemplo, en una tormenta podemos ver un pequeño reflejo del poder de Dios. En la extensión del mar o las enormes distancias entre las galaxias podemos captar un pequeño concepto de la grandeza de Dios. De nuestra propia conciencia podemos tomar una idea de la justicia de Dios.
Sin embargo, ninguna de estas cosas refleja perfectamente quién es Dios. La creación nos enseña ciertas cosas acerca de Él, pero sólo en Jesucristo podemos ver todo lo que Dios es. Además de esto, el verso 10 nos dice que, por nuestra fe en Jesucristo, hemos recibido esta plenitud. En otras palabras, cuando tenemos fe en Jesús, Dios mismo viene a morar en nosotros y lo conocemos.
¿Por qué, entonces, persiste la humanidad en hacerse dioses a su propio antojo, en lugar de acercarse a Jesucristo para conocer perfectamente a Dios? Quizás porque los dioses que hacemos a nuestro antojo nos convienen más. Lo que nos piden es mucho más manejable. Jesús nos pide todo nuestro corazón; los dioses falsos sólo nos piden unos cuantos sacrificios esporádicos.
Pero si quieres conocer quién es Dios en realidad, sólo en Jesús lo podrás hacer. Imagina, por un momento, que una persona que nunca ha visto un elefante quiere saber cómo es. Tiene varias opciones. Podría imaginarse cómo es un elefante, basándose sólo en lo que le viene a la mente al escuchar la palabra "elefante". ¡De seguro no se parecerá en nada a un elefante de verdad!
Recuerdo en mi niñez leer una historia donde se hablaba de la novedad de un televisor. Al no saber lo que significaba la palabra "novedad", yo me imaginé que era una especie de adorno plateado que rodeaba la pantalla. ¡Estaba muy equivocado! Y así mismo se equivocan los que hacen sus propios dioses, basándose sólo en sus propias ideas de lo que Dios es.
La persona que quiere saber cómo es un elefante podría también buscar una foto de un elefante. Esto sería mucho mejor; pero todavía no sabría cómo se mueve el elefante. Podría mirar un video; pero no sabría cómo huele el elefante. La única forma de saber bien cómo es un elefante es conocerlo en persona.
Es sólo en Jesús que podemos conocer a Dios en persona. Es sólo al conocerlo a través de su Palabra y su Espíritu que podemos saber quién es Dios, en lugar de basarnos en ideas equivocadas. Jesucristo es el único remedio para nuestra enfermedad del alma, porque sólo en El podemos saber cómo es Dios.
El segundo síntoma de nuestra enfermedad es que estamos lejos de Dios. No estamos en una relación con El. Aunque llegáramos a saber cómo es, no tendríamos ninguna seguridad de que El sería favorable con nosotros. No podríamos tener amistad con El, ni saber que Él está de nuestro lado. Cristo es el único remedio para este problema también.
Para comprender esto, vamos a tener que pensar un poco. El versículo 11 nos dice, hablando a los que somos creyentes en Jesucristo: "En él fueron circuncidados, no por mano humana sino con la circuncisión que consiste en despojarse del cuerpo pecaminoso." Según el verso 12, esta circuncisión es simbolizada por el bautismo, que representa morir por fe con Jesucristo, y resucitar a una vida nueva.
Nunca vamos a comprender este pasaje si no entendemos que, bajo el viejo pacto con Israel, la circuncisión era la marca de pertenecer a la comunidad. Los niños varones se circuncidaban al octavo día para marcarlos como miembros de la comunidad del pacto. Si un adulto se quería unir a la comunidad, se tenía que circuncidar. Un hombre no circuncidado no era parte del pueblo de Dios.
La comunidad de Dios en el Antiguo Testamento era una raza física, y la gente entraba en esta comunidad al nacer. La comunidad de Dios en el Nuevo Testamento es una raza espiritual, y entramos en ella al nacer de nuevo. Es por esto que la marca de pertenecer a la comunidad ha cambiado; ya no es la circuncisión del cuerpo, sino la circuncisión del corazón.
Al entender que la circuncisión es la marca de pertenecer al pueblo de Dios, llega a tener sentido lo que dice el verso 11 acerca de la circuncisión espiritual: "Esta circuncisión la efectuó Cristo". Es sólo por unión a Cristo, al confiar en Él y entregarnos a Él, que podemos ser parte del pueblo de Dios. Esta es la marca imprescindible.
Lo podemos comparar con los acentos. En muchos casos, podemos escuchar a alguien hablar y saber más o menos de dónde es. Los que son del Distrito Federal de México, por ejemplo, tienen un acento muy particular. Muchos chilenos también tienen un dejo: pronuncian la che como si fuera "sh". Si alguien te dice: "Soy de Shile", lo puedes creer. Su acento lo marca como miembro de cierto pueblo.
Lo que nos marca como miembros del pueblo de Dios es la marca que Jesucristo pone en nosotros cuando nos arrepentimos de corazón y confiamos en El. Es la circuncisión del corazón. Esta marca la representa el bautismo. No hay otra forma de pertenecer al pueblo de Dios. Sólo por medio de Jesucristo podemos estar seguros de estar del lado de Dios.
El tercer síntoma de nuestra enfermedad es que estamos bajo el poder de espíritus malos, que nos quieren hacer daño. Primera de Juan 5:19 dice así: "Sabemos que somos hijos de Dios, y que el mundo entero está bajo el control del maligno". Sin Cristo, quedamos bajo la influencia y el control de Satanás, aunque no nos demos cuenta.
Como dice el verso 13, sin Cristo, "estaban muertos en sus pecados". Pero Dios nos dio vida junto con Cristo. Cuando Cristo resucitó, nosotros resucitamos también. El escrito de culpabilidad que nos condenaba fue clavado en la cruz de Jesucristo, y quedamos libres. Sólo por medio de Jesús podemos recibir vida verdadera, y ser liberados del reino de la muerte.
Imagina, por un momento, que tienes un enemigo que te odia. Quiere destruirte. Tu enemigo contrata un detective privado que descubre un desfalco de dinero que hiciste, hace muchos años, y que nunca fue descubierto - hasta ahora. Con esta información, tu enemigo habla con el fiscal y empieza el proceso legal en tu contra. Sabes que irás a la cárcel por muchos años, porque no puedes pagar el dinero desfalcado con los intereses y las multas que se te cobran.
De repente, un desconocido llega y toma cartas en el asunto. Habla con el fiscal, y paga toda tu deuda. El dinero desfalcado, los intereses, las multas - ¡todo queda saldado! ¡Quedas libre!
Tu enemigo, por supuesto, no puede hacer más que crujir los dientes en frustración, porque su plan se ha quedado en la nada. ¡Pero tú caminas por las nubes! Y el desconocido se vuelve tu mejor amigo.
Esto es lo que Cristo hizo por nosotros. Satanás nos acusaba de enormes delitos, con toda la razón. Íbamos a quedar separados de Dios para siempre. Tendríamos que pagar en el infierno todo lo que hicimos. Pero llegó Jesús, y pagó con su muerte toda nuestra deuda. ¡Quedamos en libertad!
Mientras tanto, Satanás queda en ridículo, y su plan queda en la nada. Pero ¡sólo Cristo puede lograr este final feliz! ¡Sólo por El podemos recibir la vida verdadera, la libertad de la muerte y de los poderes malos de este mundo! No hay otro remedio.
Amigo, si no conoces a Cristo, ven hoy a Él. Es el único remedio para la enfermedad de tu alma. Lo necesitas. Él te espera. No esperes más. Hermano, tú que ya conoces a Cristo, nunca olvides lo que El hizo por ti. Nunca te canses de escuchar la historia de su triunfo en la cruz. Nunca te aburres de darle las gracias y vivir por El. Cristo es el único remedio, y lo tenemos que tomar todos los días de nuestra vida.
Pastor Tony Hancock