En las horas bajas.
En la más honda de mis tristezas y cuando fluía mi alegría.
En la derrota y en el triunfo.
En la adversidad y en la calma. Tú Siempre me has sido fiel.
Cuando los grises nubarrones arremetían contra mí haciéndome presagiar un futuro desalentador tú supiste que decir, como acercarte hasta mí para cubrir mis temores.
Siempre me has sido cercano, tu diestra me ha sostenido.
Hoy siento una inusitada serenidad. Es una extraña sensación que me produce vértigo. He deseado este sentimiento durante mucho tiempo, pero no sabía, no creía poderlo percibir tan prontamente.
Hoy soy más consciente que nunca de que tú siempre has llevado el control de todo, y aunque nunca lo he dudado, tú me lo confirmas con una clara respuesta .
Hasta aquí me llevó tu mano.
Hasta aquí tu voz me confortó, me indicó el camino a seguir, me mostró una senda diferente.
Me gusta admirar el trazo del camino recorrido, la vereda labrada por mis pasos.
Ver cómo tras los azotes del ayer mi vida se siente preparada para arremeter contra el viento y dejar que éste despeine todo la ajada tristeza y así contemplar la madurez lograda a través de la adversidad.
Hasta aquí me ayudaste, tendiste un manto de fidelidad ante mí y me hiciste saber cuán importante soy para ti.
El futuro es impreciso y desconocido. Tú mueves los hilos de mi vida y me izas en tu cielo con la ternura de un padre que quiere enseñarme a volar.
Desde arriba todo se ve diferente, las cosas se empequeñecen y muestran su insignificancia.
Quiero reconocer mi buen Jesús todo lo que has hecho conmigo. Quiero torpemente derramar mi corazón ante ti agradeciendo el que hasta aquí me hayas sustentado, provisto, ayudado, consolado, amado…
Autor: Yolanda Tamayo