Pedro y Juan estaban caminando hacia el templo cuando se encontraron con un mendigo cojo. Al oír sus ruegos pidiendo limosna, Pedro respondió: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” (Hechos 3:6).
¡El mendigo fue sanado instantáneamente! Fue un milagro que tuvo un efecto impactante: “Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón” (3:11). Acá también vemos otra asombrosa escena de la manifestación de la gloria de Dios.
El cojo que había sido sanado “se asió” de Pedro y de Juan. Ésta es la figura de alguien sujetándose por su propia vida, agarrado sin ninguna vergüenza. Es como si este hombre dijera: “¡La presencia de Dios es real! He estado sentado en este lugar durante años, rogando que me ayuden, pero nunca he experimentado algo como esto. ¡Él ha movido mi alma más que cualquier cosa que haya conocido!
Dios ama un corazón que se prenda de Él, le busque y clame: “Señor, tu gloria es demasiado grande para dejarla pasar. Me agarro de la esperanza que me has dado; una esperanza de sanidad, de transformación, de Tu presencia en mi vida y en mi mundo.”
“Todo el pueblo” vino a ver lo que había sucedido (3:11). Cuando Dios revela Su Gloria en poder, la respuesta no pasará desapercibida. La grandeza de Su poder requiere la atención de todos alrededor.
Supongamos que la sanidad milagrosa de este mendigo haya acontecido en la iglesia donde pastoreo. No podríamos comprar suficientes sillas para recibir a las multitudes que vendrían. No me estoy refiriendo sólo a curiosos que aman el espectáculo. Todos anhelamos que Dios toque nuestras vidas. Tanto los creyentes como los inconversos tienen dolor en este momento, divagan como ovejas sin pastor, con hambre de algo real. Así que, cuando la gloria de Dios se manifiesta, trayendo novedad de vida, ésta atrae la atención de todos, no sólo de unos cuantos.
“Todo el pueblo [estaba] atónito” (3:11). Cuando el pueblo vio que el mendigo fue sanado, se maravilló: “Nada de lo que conocemos se compara a eso. ¡De cierto Dios está en este lugar!”
Déjame preguntar: ¿Quieres que tu vida esté más sumergida en Dios? ¿Quieres que Su gloria venga a tu casa, tu matrimonio, la vida de tus hijos y transforme las cosas de modo que todos queden atónitos? Adivina, ¡esto es lo que Dios quiere! Él quiere que tú quedes atónito por Su gloria y seas transformado por ella. Y Él quiere que el mundo que te rodea se sorprenda mientras Su poder glorioso trae nueva vida a aquellas situaciones en las que siempre hubo derrota.