Si pudiera volver atrás para traerte hasta aquí, decidiría romper con el ritual de siempre y lograría, sin esfuerzo, convertir lo trivial en algo sorprendente.
Hablaría sin pausas de lo mucho que te quiero. Rompería el silencio con las incontables palabras que nunca te he dicho, ésas que tras tu partida se me quedaron dentro y que hoy forman un cúmulo de dolor del que no consigo liberarme.
Si pudiera volver atrás, atraparía el tiempo con mis manos y enlazándolo con brío lograría hacer de él un espacio eterno en el cual poder compartir todo aquello que aún guardo en mi corazón.
Aquellos que se fueron dejaron una estela de recuerdos.
Recuerdos que traemos al presente para calentarlos con brillantes brasas de fuego haciendo que sus borrosos reflejos no nos permitan llevarlos al olvido.
Qué diferente serían las despedidas si supiéramos cuando van a acontecer.Estaríamos preparados para alzar las manos y con gesto menos sorprendido diríamos adiós a ese ser que se nos marcha a un lugar lejano e intangible.
Haríamos que ese último día fuese especial, camuflando la tristeza para que quien se prepara para tan largo viaje nunca supiera que va a dejar en nosotros un profundo pesar.
No nos acostumbramos a la muerte, incluso sabiendo que quien parte hacia lo eterno pronto recibirá la corona de Vida, aun así, que tristeza tan profunda nos proporciona la separación de quien ha compartido con nosotros escenario y guión.
Nos aferramos a la vida porque es el medio que conocemos, un espacio indeterminado de tiempo que intentamos vivir lo mejor que sabemos.
Miramos al futuro con ilusión, pero sin dejar de preocuparnos por quienes por ley natural han de abandonar el barco antes que nosotros, esos mayores que durante tantos años han compartido su historia y que en un derroche de generosidad nos han legado el testigo para que sigamos en la lucha.
Quiero que mis días estén preñados de palabras que prodigar ante ellos, para que cuando estén ausentes y los días se tiñan de cilicio no tenga que implorar que Dios me conceda la oportunidad de un días más, un día para poderles decir a quienes ya no están lo mucho que me importaban.
Anhelo ataviarme de palabras, de caricias, de gestos de amor que esparcir entre aquellos a quienes amo, seres que llenan mi vida de ilusión y contento, de gozo inefable, de amistad y armonía. Ésos que sin saberlo tejen con hilos de ternura un pañuelo donde en los momentos de dolor enjugo mi llanto.
Hablaría sin pausas de lo mucho que te quiero. Rompería el silencio con las incontables palabras que nunca te he dicho, ésas que tras tu partida se me quedaron dentro y que hoy forman un cúmulo de dolor del que no consigo liberarme.
Si pudiera volver atrás, atraparía el tiempo con mis manos y enlazándolo con brío lograría hacer de él un espacio eterno en el cual poder compartir todo aquello que aún guardo en mi corazón.
Aquellos que se fueron dejaron una estela de recuerdos.
Recuerdos que traemos al presente para calentarlos con brillantes brasas de fuego haciendo que sus borrosos reflejos no nos permitan llevarlos al olvido.
Qué diferente serían las despedidas si supiéramos cuando van a acontecer.Estaríamos preparados para alzar las manos y con gesto menos sorprendido diríamos adiós a ese ser que se nos marcha a un lugar lejano e intangible.
Haríamos que ese último día fuese especial, camuflando la tristeza para que quien se prepara para tan largo viaje nunca supiera que va a dejar en nosotros un profundo pesar.
No nos acostumbramos a la muerte, incluso sabiendo que quien parte hacia lo eterno pronto recibirá la corona de Vida, aun así, que tristeza tan profunda nos proporciona la separación de quien ha compartido con nosotros escenario y guión.
Nos aferramos a la vida porque es el medio que conocemos, un espacio indeterminado de tiempo que intentamos vivir lo mejor que sabemos.
Miramos al futuro con ilusión, pero sin dejar de preocuparnos por quienes por ley natural han de abandonar el barco antes que nosotros, esos mayores que durante tantos años han compartido su historia y que en un derroche de generosidad nos han legado el testigo para que sigamos en la lucha.
Quiero que mis días estén preñados de palabras que prodigar ante ellos, para que cuando estén ausentes y los días se tiñan de cilicio no tenga que implorar que Dios me conceda la oportunidad de un días más, un día para poderles decir a quienes ya no están lo mucho que me importaban.
Anhelo ataviarme de palabras, de caricias, de gestos de amor que esparcir entre aquellos a quienes amo, seres que llenan mi vida de ilusión y contento, de gozo inefable, de amistad y armonía. Ésos que sin saberlo tejen con hilos de ternura un pañuelo donde en los momentos de dolor enjugo mi llanto.
Autor: Yolanda Tamayo