Cuando Isaías oye “la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá?”, el profeta responde: “Heme aquí, envíame a mi” (Isaías 6:8).
El predicador del Evangelio debe estar seguro de que ha sido llamado por Dios.
Las Escuelas de Predicadores, los Institutos, los Seminarios, las Universidades, los estudios de la Biblia por correspondencia, todo eso puede instruirnos en el conocimiento de la Palabra divina.
Pero el llamamiento al ministerio debe venir de Dios.
Dios podía más que ellos
Nadie debe ejercer como predicador si no está seguro de que Dios lo ha llamado para esa gloriosa tarea.
Pero nadie debe resistirse a predicar si Dios lo llama.
Moisés no quería el ministerio que Dios le encomendaba: “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.
Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Éxodo 4:10-12).
Jeremías también se resiste: “Y yo dije: ¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas; Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jeremías 1:6-7).
Si Dios no te llama al ministerio, quédate en tu casa y en tu trabajo. Si te llama, no pongas pretextos. No te valdrá de nada.
Los profetas hablaban en nombre de Dios
Los profetas transmitían un mensaje divino.
Predicaban sólo la palabra de Dios. “Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (Jeremías 1:9).
Frases como “dice Jehová”, “Jehová me ha dicho”, “la palabra de Jehová ha venido sobre mi” se repiten constantemente en los libros proféticos.
Sólo en el libro de Ezequiel estas expresiones aparecen unas 300 veces.
En algunos púlpitos de iglesias y en predicadores de la televisión tenemos payasos, no auténticos ministros del Evangelio.
Un predicador cristiano debe tener siempre en sus labios: “así dice el Señor”.
Los profetas mantenían una comunión íntima con Dios. Tanto los libros históricos como los proféticos revelan la consagración espiritual de los profetas y la constante comunión que mantenían con Dios.
Un ejemplo claro lo tenemos en el libro de Daniel: ¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque al instante me faltó la fuerza, y no me quedó aliento.
Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció, y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido.
El me dijo: ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá”(Daniel 10:17-20).
¡Qué lección tan ejemplar para los predicadores!
Los siervos de Dios han de mantenerse en constante comunicación con El. Orar por sí mismos y por el pueblo al que ministran.
Autores: Juan Antonio Monroy