Cada tanto viene a mi mente la sonrisa de un amigo. Trato de tenerla presente en mi mente ya que será imposible cruzarme con ella en el mundo real. ¿Por qué? Porque murió hace algunos años. Hablo de Darío, un amigo al que era difícil encontrarlo sin esa sonrisa. Intenté acompañar a Darío en diferentes desafíos o problemas que le presentó la vida. Cuando falleció, intenté ser “fuerte”: expresarle consuelo y mi ayuda a su esposa, compartir unas palabras de ánimo para todos los presentes en la casa velatoria frente al cajón, etc. Ya estaba cerrándose el proceso del entierro, cuando me crucé con otro amigo, Gustavo Valiño. Allí Gustavo me dio un fuerte abrazo y tan sólo me dijo: “Hiciste un buen trabajo, hiciste un buen trabajo”. Él sabía cuánto había intentado ayudar en vida a Darío y a su familia. De repente, me aflojé y empecé a llorar desenfrenadamente. No podía parar. Creo que lloré porque tenía lágrimas contenidas. Pero también sentí que era un mensaje que provenía directamente de Dios, el mensaje que necesitaba: “Hiciste un buen trabajo”. No podía devolverle la vida a mi amigo Darío, pero sentí la valoración de Dios acerca de cómo acompañé a Darío a lo largo de su vida. Cada tanto al recordar a Darío, siento tristeza. Pero las palabras de Gustavo repiquetean cumpliendo la función de consuelo.
Me llamó la atención cuando leía ayer a unos de mis autores preferidos, Max Lucado, contando una experiencia similar. En su libro “Todo lo que Dios tiene para ti” (Editorial Vida, 2012), expresó:
“Yo corría por mi vecindario el otro día bajo una nube. No una nube de lluvia sino una nube de desconfianza en mí mismo. Tenía la sensación de que los desafíos de la vida superaban mis recursos, así que empecé a cuestionar mi capacidad. Y para ser franco, también cuestionaba la sabiduría de Dios. ¿Estás seguro de que soy la persona adecuada para este trabajo?, era el tema de mi oración.
Parece ser que Dios verdaderamente quería darme una respuesta, por lo que oí. Provenía de lo alto, pronunciada por una voz profunda resonante: “¡Lo estás haciendo muy bien!”. Quedé paralizado en mis zapatillas y alcé los ojos al cielo. Como no vi otra cosa que nubes, dirigí mi mirada al tejado de una casa. Desde allí él me saludaba: era un pintor ves tido de blanco apoyado en una buhardilla. Yo le devolví el saludo. Y asombrado estuve a punto de preguntarle: “¿Cómo sabías que necesitaba oír eso?”.
¿Qué llevó a este pintor a lanzarle esta frase a un desconocido que pasaba corriendo frente a él?
¿Qué llevó a Gustavo a decirme casi lo mismo? Nunca se lo pregunté.
Pero no dudo que en los dos casos Dios hizo llegar una tremenda palabra de aliento: “Hiciste un buen trabajo”, “Lo estás haciendo muy bien”.
Gracias al pintor y a Gustavo Valiño por no haber desoído esa voz interior. Recibieron un mensaje que no guardaron.
Amigo, quizá Dios utilice esta nota para hacerte llegar este mensaje ante tus propias dudas, desánimo o alguna voz crítica: “Estás haciendo un buen trabajo”. O tal vez te impulse a lanzarle ese mismo mensaje a otra persona que esté necesitando una palabra de aliento. Pedile hoy a Dios que te guíe para enviarle a alguien el mensaje: “Estás haciendo un buen trabajo”.
GUSTAVO BEDROSSIAN