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General: Compartiendo una taza de café
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Respuesta  Mensaje 1 de 22 en el tema 
De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 08/12/2012 03:52

Compartiendo una taza de café

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos—declara el SEÑOR. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55: 8 y 9)

Me ha costado mucho escribir ultimamente. Posiblemente es que esté pasando por una de esas metamorfosis en que periódicamente nos sumerge la vida a todos los humanos. Significan cambios tan profundos y hasta dolorosos a veces, que nos desestabilizan y asustan.

Fue necesario darme el permiso de suspender el ritmo cotidiano para simplemente sentarme frente a la hoja vacía y desafiarme a quedarme allí hasta entender qué era aquello tan grande que resultaba enormemente complicado poner por escrito.

Y no fue fácil, porque pareciera que lo de todos los días es puesto justamente para impedir la abstracción que lleva a uno a no distraerse en otra cosa que en lo que parece verdaderamente importante, el estado del propio corazón.

Será que la transformación que me lleva a un plano diferente y posiblemente más profundo está pasando por mi vida destruyendo altos muros y construyendo otros. Confieso que dá vértigo ver enormes fortalezas conmocionarse al punto de caer hechas pedazos y es necesario el baluarte de la fe para aferrarse a la única Roca que estoy seguro que no será conmovida.

No me explico cómo hará para atravezar estos mismos terremotos que afectan la integridad del ser, aquel que no reconoce la presencia de Dios y se relaciona cotidianamente con Él.

Llego a comprender cuanta angustia, cuanta depresión, cuanta enorme tristeza inundan las calles de nuestra sociedad occidental, poblada de mujeres y hombres que se han apartado inconscientemente tanto de la infinitud de la naturaleza divina que solamente pueden ver aquello que los noticieros y periódicos muestran.

Y en este tiempo de reposo autoimpuesto me encuentro caminando por caminos solitarios, no porque no haya con quien compartir sino porque creo que es necesario recoger los escombros de las viejas estructuras y despejar las calles del presente.

Creo que empiezo a comprender esos momentos en que veo a los otros que están como ausentes, como perdidos y sumergidos en una misteriosa realidad diferente de la mía.

Pueden quedar horas allí, y cuando uno les pregunta:

-¿dónde estás?

reaccionan, sonríen y te miran con la certeza de que ninguna palabra que pudieran expresar llegaría a ser comprendida.

Algunas veces encuentran que uno tiene la abertura espiritual como para “oír escuchando”, y se animan a tratar de sumergirte en su pasado-presente. (¿Habrá forma realmente de aislar el ayer y el hoy, cuando uno construye y conlleva al otro?)

El poner el oído al relato sumerge a uno en una pintura necesariamente parcial pero muy vívida e inundada por la caricia del sentimiento, que hace que el palpitar de un corazón y el otro tengan la misma frecuencia e intensidad durante el tiempo del encuentro.

Sonrío yo también cuando escribo hoy, porque me cuesta sacar fuera de mí que el estado de ensueño (donde resulta por momentos realmente muy placentero quedarse) es resultado simple y llano de haber vivido cada movimiento de las agujas del reloj de la vida justamente con la cadencia acompasada de la sangre ciculando por las venas, cuyo fluir se ha hecho uno con cada “tic” y cada “tac”.

Encuentros, abrazos, senderos en que han quedado varios pares de huellas que todavía puedo reconocer, uno de los cuales era el mío.

Estas calles a veces asfaltadas con el mejor cemento para constituirse en enormes autopistas y otrora pequeñas y polvorientas al punto que cuesta reconocerlas en medio de la maleza que las rodea, han construído simple y sencillamente, ladrillo a ladrillo, quien soy hoy.

Me conmuevo al reconocer que no estoy solo, y nunca podré ser ni nunca hubiera sido sin el hermoso privilegio de la mano encontrada, que algunas veces jaló para levantarme, otras se entrecruzó con mis dedos (simplemente porque es más fácil respirar cuando se encuentra el armonioso placer de hacerlo juntos) y otras se abrió buscando encontrarse con la mía, segura de que no hubiera podido dar un paso más en la insoportable y dolorosa soledad en que el siglo aisla las almas.

Me lleva probablemente más lejos el reconocer que este banco del presente en el que hoy parezco estar sentado a solas frente al incomprensible e inmenso océano , estuvo otrora ocupado por afectos que ya no están cerca… algunos de ellos (debo reconocer que el número es más grande del que quisiera) que no podré volver a buscarlos más allá del recuerdo porque ya no son parte de esta vida.

Otros sí, y de vez en cuando Dios permite el milagro sorprendente de permitir que con la excusa de un café caliente, los ojos vuelvan a encontrarse, para que mientras contamos cómo estamos y en qué andamos, una parte de nuestra mente consciente transite escenarios compartidos con un realismo que nos conmueve una y otra vez.

-¿Te acordás cuando…?

Y claro que el otro se acuerda; por eso está allí, sentado frente al mismo café en esa misma tarde.

¡Uno quisiera decir tánto mientras habla!

Porque el alma es infinitamente más grande que las palabras. La torpeza del cuerpo es increíble, a tal punto que parece ridículo pensar que la única realidad posible se limitara a solamente células fluyendo entrelazadas para formar órganos y tejidos.

¡Somos tanto más que esto que vemos! ¡Hay tanto y tan grande fuera del cosmos de lo físico!

Tomar consciencia de tu existencia, querido lector, representa un argumento tan valioso como como aquel que me lleva a servir esa taza de café caliente al amigo. Porque me doy cuenta que el don de escribir me fue dado por Dios con un fín y quedármelo es tan injusto como el actuar de aquel de la parábola relatada por Jesús que escondió el talento bajo tierra en lugar de multiplicarlo.

¡Simplemente no tengo derecho a hacerlo!

El poder escribirte sirve únicamente si escribo… aún en días como hoy, en que solamente puedo relatar o intentar relatar aquello que parece tan caótico en mi interior después del pasar de los obreros del tiempo, tirando aquí y levantando allí.

Pero ayuda, tengo que reconocerlo, porque escribirte me saca de aquel ensueño solitario en el que me sumerjo para bucear en las profundidades del alma.

Y es bueno porque a partir de que logro hacerlo y las palabras fluyen en la hoja, otra vez siento tu mano asirse a la mía para disfrutar caminando juntos.

También aquellos queridos hombres y mujeres que ya no están físicamente se integran a la mesa donde tú y yo podemos sentarnos ahora a compartir. Eso les da la posibilidad de seguir enseñándome con sus vidas, y por supuesto el seguir compartiendo los afectos que nos unen. Definitivamente, en este conllevar la muerte está vencida, y el soplo divino que le dio infinitud a nuestras almas permite explicar lo que la mente humana limitada y mortal no puede.

¡Estamos juntos!

Se me llena el rostro de sonrisas al saberte, al volver a escucharte, al reconocerte marcando aún hoy huellas en la arena junto a mis pasos.

La canción que cantas se hace mi canto, y no estoy solo porque me acompañas. ¡Bendito sea Dios que nos permite estos encuentros!

Y a ti que lees, me gustaría escucharte para comprenderte un poco más. Descubrirte y nombrarte te hará parte de este círculo íntimo de los que compartimos este café caliente en esta tarde.

Quisiera tener la posibilidad de utilizar este completo silencio para llenarlo con tus propias palabras. Lo merecés y lo merezco.

Adapto y completo con pensamientos míos un texto de Jan Jhonson de su libro “El Gozo de la Presencia de Dios” (editorial Betania):

Escuchar tus necesidades es una manera radicalmente diferente de ir por la vida comparado con las rutinas impersonales de nuestra cultura. Hoy en día las máquinas automáticas (cajeros automáticos y autoconsultas) reemplazan a los cajeros en los bancos. El correo electrónico, el chat, el mensaje de texto, dejan afuera la calidez de tu voz, la irradiación de tu sonrisa, la tibieza de tus lágrimas. La vida se está volviendo enclaustrada y aislada. (…) La mayoría de las veces escuchamos solamente la mitad de la conversación del otro, tratando de rescatar solamente aquello que nos interesa o pensando en lo que vamos a responder. Sin darnos cuenta, mantenemos una conversación incompleta, porque pensamos: ¿Qué beneficio me trae esto que estoy escuchando? ¿De qué forma lo que me están diciendo me ayuda en mi trabajo, mi problema, mi ministerio en la iglesia?”

Este es el mundo en el que vivimos. Se hace difícil realmente “oir escuchando” al otro. Probablemente porque para eso necesito primero el silencio necesario para escucharme a mí mismo, para verme por dentro, para aceptarme.

Y estar dispuesto a descubrirte en toda tu enorme capacidad de llenar mi vida.

Son las reglas del presente, de este siglo XXI que hace agua por todos lados y que se hunde en la medida que avanza. Nunca el hombre tuvo tanto y nunca fue tan pobre.

Nunca en mi vida tuve tanto como ahora, y quiero hacerlo plenamente consciente porque mi riqueza tiene sentido únicamente si reconozco que mis manos están llenas solamente para darte de todo esto y dignificarte como persona, como hijo de Dios, como mi hermano.

Creo que cada prójimo ( y yo mismo) es un misterio profundo que necesita, que merece ser explorado y apreciado. En la medida en que pueda conectarme con tu infinitud, con el Dios que mora en tu corazón, podré conectarme contigo para que miremos juntos al Cielo y que podamos orar juntos.

El hombre transcurre en esta tierra hace milenios. Y no ha aprendido la sutileza de estas palabras Divinas: “Que sean uno”.

No hemos comprendido ni un poquito a este Dios de Amor, que está preocupado por sobre todas las cosas porque dejando hipocresías de lado, podamos desnudarnos para encarar juntos la aventura de intentar ser uno.

En esta tarde en que escribo, te amo y le doy gracias al Padre por la posibilidad que me da de saberte. Siento tu mano y me emociono de saber que no estoy solo porque rompimos el engaño de este mundo y estamos aprendiendo a conocernos.

¿Querés una taza de café?

HECTOR SPACCAROTELLA

tiempodevocional@hotmail.com

www.puntospacca.net



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De: mujervirtuosa8 Enviado: 08/12/2012 17:22

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De: Lolis Navarrete Enviado: 23/01/2013 23:50

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De: Lolis Navarrete Enviado: 09/02/2013 03:37

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De: Lolis Navarrete Enviado: 10/02/2013 03:46

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De: Lolis Navarrete Enviado: 10/02/2013 03:52

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De: Lolis Navarrete Enviado: 12/02/2013 03:43


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