Amor, amor,
amor...
Cuentan que
hace mucho tiempo vivían en la zona campesina de China una pareja de esposos ya
muy ancianos y en extrema pobreza. No habían tenido hijos y subsistían de la
caridad de la gente. Cada mañana, el hombre salía hacia el mercado con la
esperanza de conseguir alguna cosa para comer en la noche junto a su esposa. Su
único tesoro personal era una vieja pipa de madera que hacía mucho tiempo no
conocía el tabaco. Sin embargo; él se la colgaba en la boca, para espantar un
poco el hambre del día.
Cada mañana,
la anciana se sentaba a la entrada de la choza y peinaba, decenas de veces, sus
largas trenzas que representaban su máxima fortuna. Sin embargo; el pelo blanco
y largo hacía mucho que no conocía el peine, pues el último hacía mucho se
había destrozado y no pudo comprar otro.
Al caer cada
tarde, regresaba el anciano con algún pequeño paquete de frutas que alguien le
había regalado.
Llegó el día
del aniversario de bodas, cincuenta años juntos y él salió como cada mañana
pensando qué le regalaría a su amada. Nada tenía, las opciones eran nulas. Por
su parte, ella se sentó pensando cómo celebrar el aniversario, pero a poco
reconoció que no había nada.
Al caer la
tarde, él llegó con un regalo que le entregó con una amplia sonrisa. Ella hizo
lo mismo. Al abrir cada uno su regalo, se miraron y lloraron en silencio
disfrutando del gran amor que Dios les estaba demostrando. Ella había vendido
sus trenzas y le había comprado un atadito de tabaco para la pipa de él; en
cambio, él había vendido su pipa y le había comprado un hermoso par de peines
para que ella trenzara sus cabellos. Así es el amor, da sin comparar lo que
la otra persona pueda darnos.
Jesús es
nuestro ejemplo a imitar. Él encarnó el amor entrega. Él nos ama aunque no
seamos dignos, aunque le fallamos. Nos ama no “a causa de”, o “con el fin de”,
o “con el propósito de”. Nos ama porque nos ama, y punto.
Los
protagonistas del Cantar de los Cantares encarnan el amor verdadero. La esposa
dice: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío”, 6:3. Se da ella misma, se
entrega incondicionalmente. Se suelta. Se pierde en brazos de su amado. Él
también se entrega, se pierde en ella. Ambos se funden en un amor que no
escatima. Los matrimonios sanos tienen este sentido de entrega mutua. Este
es el énfasis de toda la Biblia. El apóstol Pablo lo remarca de una manera
especial: “El esposo debe tener relaciones sexuales sólo con su esposa, y la
esposa debe tenerlas sólo con su esposo. Ni él ni ella son dueños de su propio
cuerpo, sino que son el uno del otro. Por eso, ninguno de los dos debe decirle
al otro que no desea tener relaciones sexuales. Sin embargo, pueden ponerse de
acuerdo los dos y dejar de tener relaciones por un tiempo, para dedicarse a
orar. Pero después deben volver a tener relaciones; no vaya a ser que, al no
poder controlar sus deseos, Satanás los haga caer en una trampa”, 1ª
Corintios 7:3-5: BLS.
En el
original, el significado de la frase inicial del texto bíblico, puede
parecernos un tanto graciosa: “el esposo debe pagar lo que le debe a su
esposa”. Es como si dijera: “bueno, mi amor, me las arreglaré esta vez para
pagarte otra cuota del amor que te debo...”.
Esta
metáfora cambia radicalmente la manera de ver nuestra sexualidad. En vez de
centrar la atención en el derecho propio al disfrute sexual, la hace recaer en
el placer y en la satisfacción amorosa del cónyuge. En la intimidad sexual el
amor se da para el beneficio del otro. El acto sexual es visto como un deber
más que como un derecho. Según la traducción del pasaje, tanto el esposo como
la esposa están mutuamente “endeudados” por los votos tomados. En vez de decir:
“no se nieguen el uno al otro”, la traducción de C. K. Barret dice: “no
se roben el uno al otro”. En otros términos, el amor y la fidelidad que se
han jurado los debe impulsar a satisfacer las necesidades sexuales de su
cónyuge. Amar sexualmente es encarnar en el sentido más absoluto el amor
entrega. Cada esposo y cada esposa deben tener como sumo privilegio satisfacer
esa demanda. El olvido o la negligencia es cosa muy grave, pues puede conducir
a la tentación del adulterio.
Dres. José
Luis y Silvia Cinalli (www.placeresperfectos.com.ar)