CONVIVENCIA ENTRE HERMANOS.
En días pasados disfrutábamos de vacaciones en la casa de una persona muy especial para nosotros. Ya teníamos días festejando, buenas comidas, parrandas, alegrías, cuando, de la nada, ocurre una situación de convivencia entre mis hijos, en la cual tuve que comportarme como gerente. Uso esta expresión, a propósito, para que sirva de lección y aprendizaje, tanto en la familia como en las empresas.
Después de varios días sin las acostumbradas peleas de hermanos, mis hijos habían pasado la noche discutiendo por esas cosas de muchachos, que caracterizan a hermanos del mismo sexo y edad similar. Yo la escuchaba desde mi cuarto, y prestaba mucha atención a la tonalidad de la conversación, a las palabras que usaban y las expresiones que compartían. La cosa se ponía poco a poco un tanto intensa. Pero de repente reinaba la calma.
A la mañana siguiente, la película continuó.
Se levantaron de la cama y el show comenzó. Recuerdo que toda la discusión había comenzado por una injusticia que el uno le reclamaba al otro, sobre una situación, pero en la cual ninguno aceptaba su cuota de culpabilidad y responsabilidad. Nadie cedía, era un permanente ganar perder.
La cosa se puso color de hormiga cuando tocaron el tema de bañarse. Uno dijo "Yo primero", y el otro, también, "Yo primero". Y continuaron
"Yo, primero", no "Yo primero". No, no, "Yo primero", no, "Yo, primero". Creo que muchos padres saben de esta canción, cuya letra es casi la misma para todos los hermanos del mundo.
De la nada se escuchó una sugerencia que venía de la cocina de la casa. "Se puede bañar uno en el baño de sus padres y el otro se puede bañar en el mío". Era una casa con dos baños, pero hasta la fecha se habían bañado en el mismo, sin mayores problemas y dificultades. De repente, uno de ellos dijo "Yo me llevo mi shampoo, yo lo traje". El otro se quedó unos instantes como mudo, y entonces reaccionó: "¡No te puedes llevar el shampoo!, déjame un poco".
Su hermano como si nada, dijo: "Lo siento, ese es mi shampoo, yo lo traje. Si quieres un poco, espera a que termine de bañarme". El otro hermano se quedó discutiendo solo, impotente por la decisión tomada de su hermano. Mientras tanto, yo contemplaba la escena. Todo ocurrió tan rápido, que no pude hacer nada. Pensé esperar y aplicar una de la mías.
Cuando terminaron de bañarse, todavía la discusión continuaba. Ahora era por esta nueva injusticia, ocurrida entre ellos. Cuando ya estaban listos para desayunar los llamé a los dos. Y les dije que, por favor, se quitaran la franela que se habían puesto. Ellos se extrañaron, y a regañadientes se la quitaron, sin saber qué me tenía yo entre manos (el capítulo que a continuación venía nunca antes lo habían vivido).
Los traje a la sala de la casa y le pedí a uno de ellos que me pasara una botella de vino que ya estaba casi vacía. Todavía extrañados, me la pasaron. Y entonces les pedí que siguieran las siguientes instrucciones.
Les dije que se colocaran de espalda, tan juntos como pudieran, y que se colocaran la botella de vino en el medio. Me miraron con una cara que, creo, nunca olvidaré y más con lo que les dije después. Van a dar quince vueltas alrededor de la mesa del comedor, espalda a espalda sin que se les caiga la botella y mucho menos que se rompa.
Uno de ellos, medio refunfuñando comentó: "Y que nos pasa si se rompe la botella". Como habían recibido algún dinerito, de regalos, producto de algunos tíos, les comenté: "Si se rompe, donaremos la mitad de ese dinerito a una casa de niños huérfanos que ya ustedes conocen. Además, que lo haríamos de inmediato sin desayunar".
Continué hablando, antes de que comenzaran a dar vueltas: "En la vida hay gente que les gusta las relaciones ganar-ganar, y a otros las relaciones ganar-perder. ¿Saben cuál es la diferencia? Contestaron NO, pero de inmediato comenzaron a razonarme la respuesta". En ese momento les pedí que comenzaran a dar las respectivas vueltas.
Mientras daban vueltas les explicaba la diferencia y ellos, por supuesto, prestaban medio atención tratando de mantener entre sus espaldas la botella de vino. Caminaban y se miraban de reojo para mantener el equilibrio de la botella entre sus espaldas. De pronto parecía que se les caía y apretaban acercándose entre ellos.
Entonces dieron tres vueltas muy rápidas y ya se sentían sobrados con la dinámica que estaban haciendo.
Fue allí cuando les pedí que me prestaran atención para explicarles la diferencia entre ganar-ganar y ganar-perder. Entonces les dije: En la primera, ambas partes comparten un beneficio. Y en la segunda, cada parte trata de alcanzar el máximo beneficio a costa del oponente. En el ganar-ganar cada parte trata de llegar a un acuerdo que sea mutuamente beneficioso.
Les pregunté: ¿Cómo lograron hacer la dinámica con el resultado esperado? Uno de ellos, de manera espontánea respondió: ¡Generando confianza!
Allí es donde los quería llevar, les dije. En una relación ganar-ganar sembramos la confianza para que uno fíe en el otro. Confianza vincula en su etimología el "estar bien atado". Ganamos la confianza de aquellos en quienes ponemos la nuestra.
Con una relación ganar-perder la confianza desaparece, y con ella el puente que une a dos hermanos, que lo serán hasta el final de la vida de ambos. El que la confianza falle entre hermanos depende de ambos.
Entonces concluí diciendo: "Me gustaría que la confianza nunca desaparezca entre ustedes. Cada vez que busquen un ganar-perder, la familia toda pierde. Sé que el concepto es más fácil entenderlo, que ponerlo en práctica. Pero les pido respetar este estilo de convivencia mientras vivan conmigo".
Se dieron un estrechón de mano, con un abrazo, y continuamos desayunando. Espero nunca olviden la lección.