La libertad que Cristo ganó para nosotros en la cruz no es sólo buenas nuevas
para los perdidos, lo es para todo creyente. Sin embargo, muchos siguen viviendo
bajo una nube pensando que no es un hijo o una hija de calidad para Dios. Creen
que Él los ama porque Él tiene que hacerlo. Los evangelios no dicen eso. Jesús
llamó a los doce discípulos pecadores, defectuosos e imperfectos a Él porque Él
quería su amistad: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que
hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi
Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).
Jesús escogió compartir los deseos profundos del corazón del Padre con estos
amigos. También ha hecho eso contigo cuando elegiste seguirle. Así que cuando
vayas a Él en oración o entres en la iglesia, la actitud de Jesús no es: “¿Tú,
otra vez?”. ¡Todo lo contrario! Él quiere estar contigo, sentarse junto a ti,
ser tu amigo, porque Él está realmente complacido contigo.
Tú podrás pensar: “¿Cómo puede ser? Nada de lo que veo en mi vida podría ser
agradable al Señor”. Es por eso que la Escritura nos dice: “…porque el fin de la
ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4). Es imposible
que alguien pueda vivir de acuerdo a la ley por mucho tiempo. Podemos seguir
diciéndonos a nosotros mismos: "Mañana lo arreglaré. Sólo tengo que
re-energizarme a mí mismo”, pero no podemos mantenernos. Finalmente somos
vencidos por una carga imposible y llegamos al final de nosotros mismos. Jesús
es el que nos espera al final de todos nuestros esfuerzos propios. Sólo en Él
hallamos la verdadera libertad.
Gary Wilkerson