Los paparazzi harían una fortuna con las imágenes y el audio de aquel encuentro. Guardadas las proporciones, es como si Billy Graham está cenando en la mansión de Bill Gates y se aparece por allí alguna conejita de Play Boy, de cuerpo entero y llorando copiosamente. No quiero ni pensar en la reacción de los perfeccionistas que quieren perfeccionar a los demás porque no pueden perfeccionarse a sí mismos:
-¿Se dan cuenta? Este Billy es incorregible, siempre sirve de imán para atraer a las malas personas.
«Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora”» (Lucas 7:39).
El escritor Luis López de Mesa hizo el milagro literario de convertir el relato evangélico de la prostituta intrusa del banquete fariseo en su “Apólogo Cristiano del Amor”, pequeña obra maestra en cuya conclusión, el autor pone en labios de Jesucristo estas palabras: «Padre, perdónalos aunque sepan lo que hacen».
Se equivocan quienes piensan que al cielo van las buenas personas, o las personas buenas; en verdad, allí solo tienen acceso las personas malas, o malas personas, que han sido indultadas eternamente de su maldad. Los pensamientos perversos del fariseo son destruidos por su Invitado con lógica irrefutable: «Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. » (Lucas 7:47)
Aquel fariseo había recibido a Jesús en su mansión con evidente frialdad social, pues ni siquiera cumplió mínimos requisitos de urbanidad de común usanza en la época, como proporcionarle agua para lavarse los pies, darle aceite para ungirse la cabeza, saludarlo con un beso cortés. Se trataba de una invitación a regañadientes, quizás para guardar las apariencias o por curiosidad, según se deduce de lo escrito por Lucas, el paparazzi que nos ha transmitido el rollo.
En cambio, aquella joven intrusa, paradójicamente había cumplido el protocolo al romperlo: lavó los pies del Nazareno con sus lágrimas, agua brotada del corazón; y, para secárselos, hizo de sus cabellos una toalla; los ungió con un exótico perfume llamado arrepentimiento; y, finalmente, los envolvió en ese velo inconsútil del amor que son los besos.
Hay varias cosas que Jesús no hace ante ella: retirar bruscamente sus pies para no ser contaminado, persuadirla de que suspenda su escandalosa acción, ofrecer explicaciones a sus contertulios, ordenar a los guardias que la saquen de inmediato, o estallar en santa cólera. Tampoco decirle: Cuéntame toda la historia de tu vida, con pelos y señales, en una confesión auricular, para impartirte el perdón después de imponerte una equitativa penitencia. La cosa es simple: «Entonces le dijo Jesús a ella: Tus pecados quedan perdonados». (Lucas 7:48)
Borrón y cuenta nueva. Jesús es quien perdona los pecados. Punto final. Antes de su encuentro personal con Cristo, esta joven, cuyo nombre personal no registra la historia, es solo “La Prostituta” que conocemos bajo el nombre de “humanidad caída”. Todos los pecadores irredentos forman parte de esa pecadora corporativa.
Pero, como consecuencia de buscar a Cristo, aquella mujerzuela compungida que se presenta en la casa del magnate y desparrama todo su ser a los pies de Jesús para recibir su perdón, es la nueva Eva, la «Eva corporativa» formada por todos los creyentes, conocida con el nombre de Iglesia, de cuya anatomía espiritual –el Cuerpo de Cristo- forman parte los regenerados. Esa Eva-Iglesia debe mantener abiertos sus oídos todo el tiempo para escuchar la Voz que le dice: «Tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lucas 7:50)
Jesús le entrega a la pecadora arrepentida su paz y salvación, la constancia de que no debe absolutamente nada. La fe produce salvación, la salvación produce paz. La joven de esta historia no es UNA mujer sino LA mujer, no es UN ser humano sino EL ser humano. Todos los creyentes estuvimos a los pies de Jesucristo por medio de ella, con ella y en ella, siendo nosotros ella, y ella nosotros.
Pastor Dario Silva Silva