Durante dos décadas de mi vida he tocado el bajo… sí sí, ese
instrumento eléctrico parecido a una guitarra, pero de cuatro cuerdas y con un
sonido más grave. En su momento, me robaron mi primer bajo de industria nacional
con el que toqué durante varios años. Con el tiempo, pude adquirir otro
instrumento de mejor calidad: un bajo Peavey Foundation, gran compañero de
andanzas musicales.
Como suele suceder en este bendito país, el bajo Peavey también
fue sustraído, esta vez en un robo de características más violentas. Ahora bien,
hay una historia increíble alrededor de este hecho. A los pocos días del atraco,
llego a mi casa y encuentro un mensaje de un amigo en el contestador telefónico:
“Gustavo, si estás por ahí intenta ubicarme porque me están queriendo vender el
bajo que te robaron”. El llamado lo efectuó un amigo que trabajaba en una casa
de música en el centro de la Capital Federal. Para cuando llegué mi amigo ya
había tomado la decisión de recuperar el instrumento apurando al “vendedor” y
comprándolo por un precio más que económico. Él sabía que ése era mi bajo porque
en el estuche justamente había una funda que él me había rega lado. Por razones
obvias no quiso confrontar al ladrón con la verdad ya que seguramente con el
tiempo sufriría represalias. Aclaro que mi amigo es una persona de bien que
nunca compraría un instrumento robado. A él se lo estaban ofreciendo como un
instrumento usado para vender. Sólo tomó esta decisión para ayudarme a mí.
Así que al otro día estaba en la casa de música yendo a comprar
por segunda vez mi bajo Peavey. No me salió tan caro como la primera vez, pero
allí estaba yendo nuevamente a su rescate y pagando por él. ¡Muy loco! ¿Cómo el
bajo iba a caer en manos de un amigo que además reconociera al bajo por la funda
presente en el estuche?
Pagué por él dos veces.
¿La historia tiene su costado
injusto? Sí.
¿Por qué pagar dos veces por algo? Desde la perspectiva
pragmática, porque lo compré cinco veces más barato que si se salía a comprar
uno nuevo.
Desde la perspectiva romántica, porque ése era mi bajo. El que yo
quería, el que tantas veces disfruté de su sonido, el que me acompañó en tantos
lindos momentos. Ése era no era cualquier bajo, ése era mi bajo.
Esto sucedió hace ya varios años. Hoy en día sigo contemplando
en esta historia una enseñanza: así como fui en búsqueda de mi bajo, Dios sale a
rescatarnos dos, tres, cinco, diez, mil veces, las que sean necesarias. ¿Es
injusto? Sí, es injusto. Pero Él, a partir de Su Obstinado Amor, vuelve a salir
a nuestro encuentro cada día. Él nos pensó, invirtió en nosotros, nos creó.
Incluso pagó un altísimo precio: Jesús en la cruz pagó la deuda dejando la
cuenta en cero. Él no mide a la hora de expresar Su Amor. Y en este día sale a
buscarme, y a buscarte nuevamente.
Amigo, déjate alcanzar por Su Amor. Él no escatimó en gastos.
Él no escatima en Amor. Pero necesita que dejes de correr, pares de una vez por
todas y tan solamente, reconozcas que solo no puedes. Dios te ama tanto que ha
decidido priorizar Su Misericordia por encima de Su Justicia. Y por eso, hoy
también, paga lo que sea por tenerte a su lado.
GUSTAVO BEDROSSIAN