Tengan mucho cuidado, ahí fuera ha estallado la Navidad . Nos quieren acorralar entre turrones y villancicos. Los comercios tienen bien estudiada sus estrategias de venta e intentan sutilmente que, como cada año, el consumidor tire la casa por la ventana
La Navidad nos ha sorprendido con su consabido desfile de sensibilizadores anuncios, de adornos y luces que entontecen e hipnotizan, pues quienes mueven los hilos conocen sobradamente lo vulnerable que es el hombre, cuán fácil de manipular, y tienen una única intención, la de convertirnos en compradores compulsivos .
¡Deténganse! ¡No se fíen! Si se descuidan pueden quedar atrapados en sus redes consumistas. La atractiva propaganda navideña atravesará nuestras pupilas para hacernos caer en el engañoso juego de comprar por comprar.
Aunque para algunos los azotes del desempleo hacen mella y han de vivir una festividad con el agua al cuello, son muchos otros los que llevados por la sutil musiquilla derrocharán sin pensar en el día de mañana.
Es tiempo de regalar, pero ¿qué tipo de regalos?
Pocos piensan en la Navidad con la sensatez que requiere tal celebración, con el deber de enarbolar ilusiones ante el recuerdo de una efeméride tan notable.
A pocos, muy pocos, les interesa en realidad la señal que nos llega desde el pasado, esas buenas nuevas de esperanza para todos los seres del planeta.
La floritura creada alrededor de ese niño de Belén ha enturbiado el verdadero sentido de la Navidad, relegando tan crucial acontecimiento a una simple reseña que escasamente se intuye.
La llegada del Mesías ha sido ensombrecida por una gruesa capa de exceso, una desmedida manera de celebración que con torpeza ha interpuesto la fiesta anulando al festejado.
Y con tantas idas y venidas, el ajetreo y la aglomeración, el niño se ha perdido . Ese niño Dios que vino a salvar al mundo se ha extraviado entre el bullicio de la multitud, quedado desatendido ya que casi nadie ha reparado en él.
No quiero caer en el juego injusto en el que se ha convertido la Navidad, me niego a verme involucrada en actividades que no dicen nada acerca de la verdadera esencia de lo que recordamos.
Quiero sentarme a solas con ese niño, y entonar nanas para que duerma.
Ofrecerle mis sencillos presentes:
Mi mejor y más sincera sonrisa. Un beso genuino y tierno. Una caricia templada de cariño. El roce afectuoso de mis palabras dándole la bienvenida. La susurrante musiquilla emitida por mi corazón que danzará alegremente ante su presencia.
El sendero de mis lágrimas que brotaran agradecidas ante un ser tan grande y a la vez tan pequeño...
Quiero que ese niño de Belén sea un canto cotidiano en mi vida, un estímulo continuado, un encuentro maravilloso que lo transforme todo.
Quiero dejar fuera de mí las chispeantes luces, el ruido ensordecedor de mensajes que camuflan lo verdadero ataviándolo de fiesta.
Quiero agradecerle el haber nacido en un pesebre y ver en su cara el mensaje de amor para con el hombre. Sólo así deseo celebrar la Navidad anhelando que ese nacimiento sea una evocación diaria y hacer que cada mañana en mi vida nazca Jesús.
La Navidad nos ha sorprendido con su consabido desfile de sensibilizadores anuncios, de adornos y luces que entontecen e hipnotizan, pues quienes mueven los hilos conocen sobradamente lo vulnerable que es el hombre, cuán fácil de manipular, y tienen una única intención, la de convertirnos en compradores compulsivos .
¡Deténganse! ¡No se fíen! Si se descuidan pueden quedar atrapados en sus redes consumistas. La atractiva propaganda navideña atravesará nuestras pupilas para hacernos caer en el engañoso juego de comprar por comprar.
Aunque para algunos los azotes del desempleo hacen mella y han de vivir una festividad con el agua al cuello, son muchos otros los que llevados por la sutil musiquilla derrocharán sin pensar en el día de mañana.
Es tiempo de regalar, pero ¿qué tipo de regalos?
Pocos piensan en la Navidad con la sensatez que requiere tal celebración, con el deber de enarbolar ilusiones ante el recuerdo de una efeméride tan notable.
A pocos, muy pocos, les interesa en realidad la señal que nos llega desde el pasado, esas buenas nuevas de esperanza para todos los seres del planeta.
La floritura creada alrededor de ese niño de Belén ha enturbiado el verdadero sentido de la Navidad, relegando tan crucial acontecimiento a una simple reseña que escasamente se intuye.
La llegada del Mesías ha sido ensombrecida por una gruesa capa de exceso, una desmedida manera de celebración que con torpeza ha interpuesto la fiesta anulando al festejado.
Y con tantas idas y venidas, el ajetreo y la aglomeración, el niño se ha perdido . Ese niño Dios que vino a salvar al mundo se ha extraviado entre el bullicio de la multitud, quedado desatendido ya que casi nadie ha reparado en él.
No quiero caer en el juego injusto en el que se ha convertido la Navidad, me niego a verme involucrada en actividades que no dicen nada acerca de la verdadera esencia de lo que recordamos.
Quiero sentarme a solas con ese niño, y entonar nanas para que duerma.
Ofrecerle mis sencillos presentes:
Mi mejor y más sincera sonrisa. Un beso genuino y tierno. Una caricia templada de cariño. El roce afectuoso de mis palabras dándole la bienvenida. La susurrante musiquilla emitida por mi corazón que danzará alegremente ante su presencia.
El sendero de mis lágrimas que brotaran agradecidas ante un ser tan grande y a la vez tan pequeño...
Quiero que ese niño de Belén sea un canto cotidiano en mi vida, un estímulo continuado, un encuentro maravilloso que lo transforme todo.
Quiero dejar fuera de mí las chispeantes luces, el ruido ensordecedor de mensajes que camuflan lo verdadero ataviándolo de fiesta.
Quiero agradecerle el haber nacido en un pesebre y ver en su cara el mensaje de amor para con el hombre. Sólo así deseo celebrar la Navidad anhelando que ese nacimiento sea una evocación diaria y hacer que cada mañana en mi vida nazca Jesús.