REFLEXIÓN VIERNES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2013.
“SEÑOR, te pido ayuda desde lo más profundo de mi ser. Señor, escucha mi voz; escucha mi grito de súplica. SEÑOR, si tú no perdonaras nuestros pecados, Señor, ¿quién sobreviviría? Pero tú perdonas y por eso se te debe respeto.” Salmo 130:3-4.
Es probable que muchos de nosotros nos hayamos sentido así alguna vez. Como metidos en lodo cenagoso y aparentemente sin una mano que nos brinde ayuda para escapar del martirio. Pero en estos versículos la aflicción del salmista no se debe a una persecución u opresión proveniente del exterior, sino a la propia conciencia de sus culpas personales.
Cuando eso oculto que guardamos en nuestro interior nos roba la paz y el gozo a nuestras vidas, es necesario hacer un alto en el camino y volvernos “Desde lo más profundo de nuestro ser” al Altísimo y con sinceridad y humildad reconocer nuestros pecados delante de la majestuosa santidad de Dios, suplicando su misericordia.
Cada uno de nosotros sabe lo que sucede en su interior, cada uno sabe las cosas que interfieren su relación personal con Jesús. Hasta tanto, no confesemos esas cosas que tan secretamente hemos guardado en nuestro corazón, no tendremos paz y alegría. “Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: Voy a confesar mis transgresiones al Señor, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.” Salmo 32:5.
Cuando buscamos a Dios y nos mantenemos a sus pies, cuando nos acercamos a Él con una voz suplicante, Él siempre nos ayuda. No hay piedra que no sea capaz de ser removida por el poder y amor de Dios. Contemos a Dios lo que nos pasa y Él no se acercará para criticar nuestro pecado, sino para cubrirnos con la sangre preciosa y gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN
“Soberano Dios y Padre Celestial: Sea tu nombre reverenciado por siempre. Sé que mi pecado merece tu castigo, pero reverentemente suplico tu misericordia. Señor Jesús, tu moriste en la cruz para salvarme y prometiste hacerlo si confiaba en ti. Hoy confió en ti para que me perdones y me salves, me limpies y me des una nueva y sobreabundante vida. Desde lo más profundo de mi corazón te invito a que tomes el control de mi vida, haz resplandecer tu luz en mí. Te confieso como mi Salvador y mi Señor, mi Dios, mi maestro, mi guía y mi ejemplo. En tu Santo nombre oro al Padre Celestial” Amén y Amén.
-FELIZ FIN DE SEMANA-
ARBEY SERNA ORTIZ