RECOMIENDO A TODOS DEJAR DE IR A LA IGLESIA
En verdad no solo lo recomiendo, sino que propongo hacerlo ya mismo. La situación no da lugar a demoras ni especulaciones. Dios me ha permitido conocer y compartir con iglesias en distintos lugares de nuestro país y del exterior, y con pastores y líderes de diversas denominaciones, y pude comprobar la misma necesidad globalizada: ¡Hay que dejar de ir a la iglesia!
Sé que algunos dirían:
- “Sí, estoy de acuerdo”, “Yo ya lo hice hace un tiempo”, “Todos debieran hacerlo”-. En este grupo estarían quienes, por ignorancia o por malas experiencias, suponen que la iglesia no se necesita. Y sé que otros se preguntarían: -“¿Qué nueva herejía es ésta?”.
Antes de sacar conclusiones apresuradas, prestemos atención a la proposición enunciada.
*En primer lugar, se ha ido generalizando el uso de la expresión “Ir a la iglesia”. Aún es de uso corriente para aquellos que sabemos está mal formulada. En todo caso debiéramos decir “ir al culto”, o “ir al templo”, o “ir al lugar de reunión”. Se confunde así un espacio físico con la realidad espiritual, el edificio material con el verdadero cuerpo de Cristo. Todos sabemos que no vamos a la iglesia, sino que somos la iglesia. Pero si lo sabemos, ¿por qué no lo expresamos correctamente y evitamos confusiones innecesarias?
*En segundo lugar, el uso inadecuado de esta expresión ha implantado un paradigma que trae una serie de consecuencias negativas a las iglesias y a los creyentes en general. Y esto es lo más preocupante.
Creemos que en lugar de ser la iglesia, hacemos iglesia. Entonces actuamos de iglesia. Nos vestimos adecuadamente para la puesta en escena, que corresponde a un día y horario determinados, y a un lugar determinado. Dicha actuación presupone ritos, vocabulario, poses, roles y costumbres practicados sin mayor significación: asistir, estar, cantar, dar dinero, escuchar palabras motivadoras, presumir espiritualidad, expresar buenos deseos a los demás, etc. Finalizada la representación, volvemos a nuestra vida de siempre, dando mayor o menor aprobación a la obra expuesta. Hicimos iglesia.
Como derivación de este paradigma aparece la necesidad de hacer sentir cómodos a los asistentes. Esto ha hecho que nuestro testimonio como cristianos se desdibujara y que el mensaje central de nuestra proclamación se diluyera en medio de propuestas humanistas de autoayuda y autosuperación. La predicación de la Palabra, en lugar de despertar la conciencia de pecado en los oyentes, más bien la adormece y anestesia. Las personas no reconocen su necesidad de salvación porque no les hacemos conscientes de su verdadera condición espiritual.
Cuidado con generar “incomodidad” a las personas hablando de compromiso, responsabilidad personal, sacrificio o arrepentimiento. Los “platos a degustar” por los comensales deben ser livianos, lights; todos fáciles de digerir. Nada de confrontar, sino más bien confortar el yo personal y conformar a los oyentes con buenas propuestas motivacionales.
Hago mi propuesta debido a estos y otros efectos nocivos que la práctica de este paradigma está trayendo sobre la vida de muchas iglesias. Por eso recomiendo enérgicamente dejar de ir a la iglesia en los términos expuestos, para ser la iglesia en conformidad con la Palabra de Dios.
Donde sea necesario, abandonemos inmediatamente el paradigma erróneo, y retornemos urgentemente al paradigma bíblico de la iglesia.
Ser la iglesia es tener conciencia que la misma es agente-instrumento para la extensión del Reino de Dios (y no un medio para construir reinitos personales); ser iglesia significa una conciencia encarnacional: la iglesia como cuerpo de Cristo, y éste como Cabeza de la misma.
Ser la iglesia implica ser continuadores de la misión y el ministerio de Cristo: ser sus manos, sus pies, sus ojos, su boca, tener su corazón.
Ser la iglesia significa ser una comunidad de adoradores espirituales y genuinos.
Ser la iglesia es llevar a cabo la suprema tarea de compartir el mensaje más importante: ¡Predicar a Cristo, y a éste crucificado! Y si esto incomoda a los oyentes, o inquieta sus conciencias, pues ¡mucho mejor! Ello indica que han sido confrontados con la necesidad de decidir por aceptar o rechazar al Salvador.
Ser iglesia 24/7, esto es, las 24 horas los 7 días de la semana. En todo momento, y en todo lugar. Cada uno somos parte de la iglesia en nuestros lugares de trabajo, en las escuelas y universidades, ejerciendo nuestra profesión, en el barrio ante nuestros vecinos, en el mercado, en los medios de transporte, en los estadios de futbol, etc.
¡Ser iglesia es ser sal y luz! Pero sal fuera del salero-templo, para que tenga sentido y cumpla su función. Y luz que brilla e ilumina en medio de las tinieblas de este mundo, y no escondida entre cuatro paredes.
Ser la iglesia no que alguien proponga o desee, aún con buena intención. Sino ser la iglesia que Dios quiere que seamos. Una iglesia que le honra, que le sirve, que le glorifica, que lleva fruto. Una iglesia que vive reflejando a Cristo en su ser.
Tomemos conciencia, asumamos responsabilidades y demostremos actitudes que le den a Dios la oportunidad de edificar Su iglesia, una iglesia relevante para este tiempo, empoderada plenamente por el Espíritu Santo, contra la cual ni aún las puertas del Hades pueden prevalecer. Dejemos que Dios quite toda mancha y arruga de Su novia, y la prepare para la inminente Boda celestial.
Dejemos de ir a la iglesia. ¡Seamos iglesia de y para Dios!
Ernesto Turosky
Pastor, Licenciado en Teología y Docente en Seminarios Teológicos.
Graduado en Advanced Leadership del Haggai Institute, Maui –USA.
Consultor y Conferencista en Crecimiento de Iglesia y en Desarrollo de Líderes Espirituales para Iglesias y Organizaciones Cristianas.
eturosky@sion.com
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