Extendido está el pulcro mantel, perfectamente planchado y sin restos de manchas de su anterior uso. Acomodados encima los plateados cubiertos, la fina cristalería que sólo usas para ocasiones muy especiales, la vajilla de blanca porcelana ribeteada con pequeñas flores azules, bermejas y malvas.
Todo distribuido en la mesa que queda completa al ser decorada con un centro de flores elegantes y discretas.
Pronto llegarán los comensales, sabes el sitio exacto que cada uno ocupará, ya tienes pensado la música que os acompañara mientras coméis, todo está meticulosamente estudiado para que sea una velada perfecta; pero, entre tanto preparativo y tanta decoración te has olvidado de preparar la cena.
No has cocinado nada, has estado tan preocupada por el envoltorio que se te ha olvidado comprar el regalo.
A veces nos ocurre que estamos tan absorbidos por la imagen que proyectamos al exterior que obviamos lo realmente importante. Dejamos a un lado lo prioritario y damos importancia a lo superfluo.
¿Qué estoy ofreciendo de comer hoy?
¿Qué destila de mí y cala en las vidas de los demás?
Quizás, mi mesa esté perfectamente acicalada pero no haya reparado en los alimentos que he de disponer en ella. Puede que sólo ofrezca comida liguera que no palia el apetito, tan insustancial que no logran saciar el hambre.
Quizás no me haya preocupado por atender a mis invitados y éstos no reciban de mí el simple pan que les debería ofrecer.
Vivimos en un mundo tan obsesionado por lo superficial que nos estamos viciando en sus formas, cayendo en las mismas trucadas redes de la vanidad.
Él sigue enseñándonos lecciones que poner en práctica. Con humildad nos ofrece estampas vívidas de cómo atender a los amigos. Él Lava pies, da de comer a multitudes, transforma el agua en vino, se sienta junto a pozos y mantiene emocionantes conversaciones con personas que no parecen adecuadas.
Él muestra a través de preciosas escenas la sencillez con la cual hemos de mostrar lo que poseemos, esa carga de amor que tenemos la obligación de derramar en las vidas de quienes se sientan a comer en nuestra mesa.
Todo distribuido en la mesa que queda completa al ser decorada con un centro de flores elegantes y discretas.
Pronto llegarán los comensales, sabes el sitio exacto que cada uno ocupará, ya tienes pensado la música que os acompañara mientras coméis, todo está meticulosamente estudiado para que sea una velada perfecta; pero, entre tanto preparativo y tanta decoración te has olvidado de preparar la cena.
No has cocinado nada, has estado tan preocupada por el envoltorio que se te ha olvidado comprar el regalo.
A veces nos ocurre que estamos tan absorbidos por la imagen que proyectamos al exterior que obviamos lo realmente importante. Dejamos a un lado lo prioritario y damos importancia a lo superfluo.
¿Qué estoy ofreciendo de comer hoy?
¿Qué destila de mí y cala en las vidas de los demás?
Quizás, mi mesa esté perfectamente acicalada pero no haya reparado en los alimentos que he de disponer en ella. Puede que sólo ofrezca comida liguera que no palia el apetito, tan insustancial que no logran saciar el hambre.
Quizás no me haya preocupado por atender a mis invitados y éstos no reciban de mí el simple pan que les debería ofrecer.
Vivimos en un mundo tan obsesionado por lo superficial que nos estamos viciando en sus formas, cayendo en las mismas trucadas redes de la vanidad.
Él sigue enseñándonos lecciones que poner en práctica. Con humildad nos ofrece estampas vívidas de cómo atender a los amigos. Él Lava pies, da de comer a multitudes, transforma el agua en vino, se sienta junto a pozos y mantiene emocionantes conversaciones con personas que no parecen adecuadas.
Él muestra a través de preciosas escenas la sencillez con la cual hemos de mostrar lo que poseemos, esa carga de amor que tenemos la obligación de derramar en las vidas de quienes se sientan a comer en nuestra mesa.