Soy un viejo que acepta escribir para una revista juvenil, porque en reciente conferencia de liderazgo, cierta bella y joven pareja me abrazó cálidamente y comentó, con una sonrisa: “Tu eres el viejo más joven que hemos conocido”. Estimulado por ese cuento, ahí les mando la primera de una serie que confío en Dios sea muy larga.
La música ha producido estragos en la juventud sin ninguna duda. Lo que comenzó con Elvis Presley llegó a su punto culminante cuando los Beatles entraron en contacto con un famoso gurú hinduista y rompieron todas las pautas occidentales de comportamiento. Ahora bien, en materia de música popular, el finalizado siglo XX estuvo marcado en Latinoamérica por el tango y la canción ranchera hasta la Segunda Guerra Mundial. En la posguerra tomó fuerza el bolero; a mitad de centuria se produce la insurgencia continental del rock que da origen a la llamada nueva ola, originalmente hispana. En la década de los sesenta desaparecen del todo las fronteras y la cultura anglo se impone artificialmente sobre la región hasta nuestros días, cuando toda la música popular es una mezcla.
Frente a este fenómeno, la iglesia evangélica cometió el error de satanizar los ritmos modernos por el hecho de serlo, confundiendo el continente con el contenido. Lo bueno o malo no es el estilo musical sino el mensaje; y, por eso, hay rock cristiano, pop cristiano, rap cristiano y reageton cristiano, etc. Pese a las condenas que obligan a los jóvenes a buscar canales para su natural energía, por fuera de una iglesia que los rechaza por razones artísticas. ¿Será válida tal postura en plena posmodernidad?
Es absurdo envejecer a los jóvenes, como algunos pretenden. Hay iglesias en las cuales meten a las nuevas generaciones en camisa de fuerza, bajo la pretensión dictatorial de que actúen como lo hacen sus mayores. Convendría a quienes cometen tal arbitrariedad, repasar las Sagradas Escrituras.
Alégrate joven en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto. Eclesiastés 11:9
La juventud, por ser la primavera de la vida, es una etapa fugaz, que el hombre debe disfrutar al máximo, sanamente. Como lo dijera en forma bella Rubén Darío, el mayor poeta hispano:
Juventud divino tesoro,
Que te vas para no volver;
Cuando quiero llorar, no lloro
Y a veces lloro sin querer.
Cuando Jesús entró al templo de Jerusalén, armado de un perrero para expulsar a los comerciantes religiosos, los fariseos se escandalizaron de las ruidosas manifestaciones juveniles que lo respaldaban; pero el Señor los exhortó, precisamente a aprender de los muchachos la forma espontánea de alabanza a Dios.
Rejuvenecer a las iglesias sería un propósito plausible para el naciente siglo. Ello haría más dinámica la acción evangelizadora a través de un crecimiento sostenible. Para lograrlo, hay que refrescar también las llamadas escuelas dominicales infantiles, que son bastante aburridas y desactualizadas. Es explicable el celo de algunos padres y maestros por el creciente contenido de sexualidad, violencia, destrucción de valores en general que se percibe en los comics, y los niños deben tener reglas del juego muy claras al respecto. Pero es inexcusable la condena indiscriminada que algunos hacen del arte y la literatura infantiles, pues ello nos llevaría a erradicar las fábulas occidentales y las parábolas bíblicas por igual. En nuestra infancia, los abuelos usaban didácticamente a Esopo, Iriarte, Samaniego y Lafontaine, y en nuestras primeras lecturas figuraban Andersen, los hermanos Grimm y el tío Remus y sus cuentos del hermano Rabito, sin que nuestra orientación moral sufriera menoscabo.
Ministros evangélicos han encendido hogueras inquisitoriales para quemar a Pluto y a la Barbie en “muñequicidios” horrorizantes para los pequeños. Si fuera cierto, como algunos sostienen, que la W de Walt Disney simboliza los cuernos del diablo, no tendríamos más remedio que excomulgar a los piadosos hermanos Wesley e incinerar la Confesión de Westminster por emplear la misma letra. Una vez, oí hablar al prestigioso evangelista Luis Palau sobre personas que no pelean con el diablo, sino con la sombra que el diablo proyecta.
Por lo tanto, conviene desarrollar un concepto dentro del cual, el niño de hoy, que será el joven de mañana, encaje su formativa personalidad de manera normal. El cristianismo no ha de ser para él una imposición, ni una obligación, sino la esencia misma de su carácter.
La iglesia ha permanecido en pie por más de dos mil años, porque ha sido inflexible en la ortodoxia, pero flexible en la cultura.
íder Juvenil