Durante dieciocho meses pasearon por casi todo el mundo. Viajaron en líneas
aéreas, barcos de lujo y trenes de primera. Se alojaron en grandes hoteles y
compraron de todo en famosas tiendas. Todo esto lo hacían a la moderna, pagando
con tarjetas de crédito. Es decir, hasta que regresaron a Nueva York y fueron
arrestados. Porque John y Mary Tillotson eran ladrones.
Habían andado de turistas por casi dos años con falsas tarjetas de crédito,
robando tarjetas descuidadas y usándolas como si fueran suyas luego de cambiar
de identidad. Cuando las autoridades los interrogaron, la muchacha
descaradamente dijo: «Nos agarraron, pero nadie puede quitarnos lo que hemos
disfrutado.»
El manifestar semejante desvergüenza seguramente enfurece al que posee
valores morales, como lo son la decencia, la integridad, la rectitud, la
justicia, la nobleza y la honradez. ¿Qué sucede con nuestras disciplinas? ¿Desde
cuándo es aceptable engañar? ¿Cuándo dejó de ser malo mentir, robar, falsificar
y sobornar? ¿Dónde está la virtud que nos legaron nuestros antepasados?
Es increíble notar cómo nuestra sociedad está dándole vuelta a todo. A lo
blanco lo llama negro, a lo malo, bueno, a lo injusto, honrado, y a lo infame,
ejemplar. Es por esa disposición tergiversada que una patinadora le quiebra la
pierna a su contrincante, o que un dueño de empresa, para cobrar el seguro, le
prende fuego a su propiedad, o que un empleado le roba al que le ha dado
trabajo, o que un funcionario público olvida lo que significa ser honrado.
Tanto nos hemos alejado de virtudes sanas y de prácticas nobles que ni cuenta
nos damos de que nuestras desgracias se deben a la semilla corrupta que estamos
sembrando. Decimos que la moralidad pertenece a otra época, que vivimos en
tiempos en que nada es bueno ni malo de por sí, pero no nos damos cuenta de que
nuestro fracaso se debe a que no nos ceñimos a las leyes morales de Dios. La ley
de la cosecha, que dice: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7), ha
quedado en el olvido.
Para no destruirnos del todo, necesitamos volver a buscar a Dios. Son las
leyes absolutas de Dios las que nos guían hacia la salud y el bienestar. No
tenerlas en cuenta es disponer nuestra propia ruina. Volvamos a Dios. Regresemos
a los valores divinos. No sigamos destruyéndonos.
Cuando Jesucristo entra a vivir en nuestro corazón, Él lo cambia por
completo. Vemos, entonces, lo bueno como bueno y lo malo como malo. Abrámosle
nuestro corazón a Cristo. Dejémoslo entrar. Él quiere darnos nueva vida. Él
enderezará nuestros pasos.
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