“Siempre lo que hizo fue arruinarme los momentos lindos”. En
repetidas ocasiones he escuchado esta frase en mi consultorio. ¿En qué contexto
y en relación a quién? El comentario puede provenir de un hombre en referencia a
su esposa o viceversa. Podría ser también un hijo aludiendo a alguno de sus
padres.
Hay personas que, aún sin darse cuenta, tienen la extraña
capacidad de apagar el disfrute ajeno. ¿Vamos a algunos ejemplos
específicos? La esposa está por salir con su grupo de amigas. Es una mujer
responsable en todos los aspectos de su vida. Sólo ha de tener un momento de
esparcimiento sano con buenas amigas. Incluso hasta deja la cena preparada para
su esposo e hijos. Vale aclarar que el hombre en cuestión tiene sus tiempos para
jugar al fútbol con amigos, entre otras actividades. Próxima a salir la mujer,
su esposo en lugar de alentarla a que salga con alegría, hace todo lo posible
por amargarla quejándose, lanzando frases indirectas o directas sobre lo cansado
que está, busca alguna razón para pelear y cuanta cosa se le ocurra para que
ella salga malhumorada.
Pensemos también el caso de una hija, quien cada vez que está
por salir a una fiesta o tiene un plan atractivo, sufre alguna agresión de su
madre. La mamá, en lugar de hacer lo posible para que su hija vaya y disfrute,
siempre encuentra alguna razón para iniciar algún conflicto. En ocasiones, el
problema radica en que la madre ya no tiene demasiadas razones para disfrutar y
no tolera verla tan feliz a su hija. En otros casos, los miedos o la rigidez de
esa mamá se transmiten generando un inevitable clima de tensión.
Es necesario preguntarse: ¿Potenciamos la felicidad de un hijo,
de un padre, de nuestra pareja? ¿En qué medida somos facilitadores de la
felicidad ajena? Acompañar y facilitar la celebración del otro es un
acto de amor.
Y hay un segundo componente de la celebración familiar en el
que me quiero detener por un momento. Es la celebración de las
capacidades en el ámbito familiar. El Dr. Douglas Weiss nos motiva a
ser determinados a la hora de celebrar. Sobre la decisión de celebrar, expresa
lo siguiente: “Apreciaré los dones y atributos de mi cónyuge y los celebraré de
manera particular y pública”. Si bien Weiss lo expresa en el contexto específico
del matrimonio, el principio es transferible a cualquier vínculo
familiar. Ampliando la idea podríamos decir: “Apreciaré los dones y atributos
de cada integrante de mi familia y los celebraré de manera particular y
pública”.
Fíjate donde se inicia el proceso: en el verbo
“Apreciar”. ¿Qué es lo que aprecias? ¿A qué le prestas mayor
atención cuando contemplas a tus familiares? ¿Eres un detector de puntos a
corregir? ¿Encuentras siempre algún error? O por el contrario, ¿eres un
insaciable buscador de virtudes en tu entorno familiar?
Y siguiendo con la propuesta de Weiss, continuemos con la
expresión de aquello bueno que hemos apreciado. ¿Dónde? En lo
privado y en lo público. Hay hijos que se enteran por otros del orgullo que sus
padres sienten por ellos, ya que nunca en lo privado sus progenitores lo miraron
de frente y le expresaron: “Hijo, estamos orgullosos de ser tus padres, te
felicitamos porque eres bueno en esto, aquello y lo otro”. Algunos se excusan en
este punto con el argumento de la “vergüenza”. Perdón por la expresión que
viene, pero ¡cuánta estupidez hay en nosotros si dejamos de expresar una palabra
de aliento por vergüenza! Deberíamos avergonzarnos, por el contrario, por no ser
los primeros alentadores de nuestros familiares.
¡Cuántas infidelidades se gestan a partir de la falta de
celebración en la pareja, encontrando en alguien de afuera esa valoración que
nunca se encontró en el hogar! ¡Cuánto talento desperdiciado por ahí porque
los padres no se han esforzado en encontrar las capacidades específicos de sus
hijos para luego alentarlos a que las desarrollen!
Amigo, ponte como meta ser un facilitador de buenos momentos
para los integrantes de tu familia. No importa si no habrás de ser el
protagonista de esos momentos. No eres el centro del universo. Y, por otro lado,
toma el compromiso de celebrar en la intimidad familiar y en lo público las
virtudes de cada integrante de tu familia. Hónralos con tus actitudes y con tus
palabras.
GUSTAVO BEDROSSIAN
|