«¿Qué pasaría si Dios fuera uno de nosotros?», canta Joan Osborne en esa canción pegadiza de su popular disco Relish [Deleite]. ¿Y qué si Dios de verdad fue uno de nosotros? ¿En qué aspecto sería uno de nosotros? ¿En qué aspecto sería diferente? ¿Cómo podríamos saberlo?
Creo que, en Jesús, Dios sí se convirtió en uno de nosotros. Dios encarnado tuvo un nombre común como miles de otros niños judíos y permaneció en el anonimato. Durante treinta años, prácticamente nadie fuera de Nazaret lo conoció, y mucho menos advirtió su identidad divina.
Por supuesto que el carácter y la forma de ser de Jesús llamaron la atención de muchos en su pueblo. Jesús reunía los ideales judíos de la veracidad, la sabiduría, la reverencia y el amor. Sin embargo, nadie fuera de un pequeño círculo (alrededor del año 25 d. C. quizá solo su madre viuda) sabía que él era Dios hecho carne.
No obstante, poco después de cumplir los treinta años, Jesús se embarcó en una tarea muy difícil: revelarle su verdadera identidad a un pueblo que estaba totalmente convencido de que Dios estaba en el cielo y punto.
Ante la trascendencia de Dios, Jesús reveló su deseo de inmanencia, de cercanía a nosotros. Jesús se convirtió en uno de nosotros. ¿Cuánto más podría haberse acercado?
Rechazo la falsa idea popular de ciertos círculos seudoreligiosos de que era desapasionado, débil, impasible. ¡Qué patético! Esto carece de fundamento según los registros históricos, que pintan cuadros vívidos de las emociones de Jesús.
Él es un hombre que ama y reprende, que ríe y llora. En cada circunstancia, representa su papel y lo hace bien. Lejos de ser una caricatura, vemos a Jesús en cuatro dimensiones, totalmente lleno de vida en tiempo y espacio.
Nuevamente, esta idea es opuesta a todas las demás religiones. En lugar de que el hombre busque (en vano) al Dios de la eternidad, Dios busca al hombre en el tiempo. Según Kreeft, el Dios de la Biblia es «el Sabueso del cielo, el amante divino, el Padre que busca a su hijo pródigo, el pastor que busca a sus ovejas perdidas». Siempre golpea a la puerta de nuestro corazón. Siempre busca la entrada a nuestras vidas.
Kreeft escribe que, en las Escrituras, a cada paso «Dios siempre toma la iniciativa, desde el acto de la Creación. El ejemplo supremo es la encarnación: el ejemplo supremo de tomar en serio el tiempo y la historia y el mundo creado. En lugar del Dios oriental pasivo que recibe la búsqueda del hombre, los esfuerzos espirituales del hombre, Jesús es el Dios occidental, que irrumpe en persona en el mundo del hombre físicamente».
Siendo mayor que un mito, Jesús centró cada milagro, cada enseñanza en su identidad. ¿Por qué? Porque si verdaderamente era (y es) Dios, un día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:10-11).
No es sorpresa que muchas personas hayan intentado rehacer a Jesús según su concepción (menos que divina): Jesús como un maestro iluminado, Jesús como un místico de la Nueva Era, Jesús como el Mesías negro, Jesús como santo patrono de los marxistas revolucionarios.
El presidente cubano, Fidel Castro, dice: «Siempre consideré que Cristo fue uno de los mayores revolucionarios en la historia de la humanidad». Yo no podría haberlo expresado mejor, pero dudo que Castro y yo tengamos la misma idea en mente.
Jesús no era el típico marxista-leninista. No tenía deseo alguno de derrocar el Imperio Romano opresor por la fuerza. Sin embargo, el Jesús de la Biblia puede revolucionar tu vida. Él revoluciona una ciudad o un país cuando una cantidad suficiente de personas lo aceptan. La historia da prueba de ello y lo he visto con mis propios ojos en ciertas partes de América Latina, Europa y Asia.
Jesús tampoco fue un simple obrador de milagros del primer siglo. Henk Kamsteeg lo deja en claro: «Dios no es el mago David Copperfield. No hace espectáculos de magia. Los milagros de Jesús en la tierra tenían un propósito, porque estaban relacionados con el Reino».
En su Evangelio, el apóstol Juan le llama a estos milagros «señales». ¿Señales de qué? De que Jesús es verdaderamente Dios hecho hombre. Señales de la misericordia y el poder de Dios. Señales que exigían una respuesta: ¿Crees que Jesús es Dios hecho hombre o no? (Si todavía tienes inquietudes, te recomiendo que leas por tu cuenta el Evangelio de Juan).
También te recomiendo que le digas a Dios en tu corazón, con tus propias palabras: «Dios, si existes… No sé si existes… Si puedes escuchar esta oración… No sé si puedes escucharla… Quiero decirte que estoy en una búsqueda sincera de la verdad.
»Muéstrame si Jesús es tu Hijo y el Salvador del mundo. Y si traes convicción a mi mente, confiaré en él como mi Salvador. Le seguiré como mi Maestro y le obedeceré como el Rey de mi vida. Me uniré a tu iglesia y amaré a tus hijos e hijas».
¿Cuál será tu respuesta?
Tomado del libro DIOS ES RELEVANTE por Luis Palau
Edición publicada por Editorial Vida – 1999