Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos.
Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso . Prv 31: 8 - 9
Cuántos gritos velados. Dolor que se agazapa en el silencio incapaz de brotar al exterior y provocar el reclamo del ansiado auxilio.
Hay quienes no pueden hablar porque no tiene voz, porque no saben que decir, porque viven amordazados.
Bocas que callan. Nosotros somos sus voces, tenemos la obligación de hablar por ellos.
En la abertura de sus pupilas laten los sinsabores que emergen al exterior en forma de lágrimas.
Miras con el corazón y observas con impotencia que los labios presos del mutismo nada pueden decir, se mustian en un doloroso compás de espera, una espera que llega a desesperar.
Quienes sí podemos emitir discursos, proclamar edictos, narrar historias, contar cuentos, recitar poemas, los privilegiados que hemos sido dotados con el don preciosos de la expresión oral, tenemos el deber de prestarles nuestras palabras a ellos, a los sin voces.
En la soledad de las palabras, en el desértico mundo de los silencios, encontramos gestos que nos indican la necesidad de quien falto de vocablos recurre a ellos como medio para expresar lo que bulle en el interior.
Acoges el idioma de las señas y recurres a los sentidos para descifrar tan ensortijado lenguaje. Una vez consigues comprender el contenido, emerge tu voz para rasgar el aire y hacer de vocero a quien falto de ella reclama tu ayuda.
Alzo mi voz por ti, porque tú no puedes decir que estás cansado de tanta injusticia, de tanta hipocresía, de un sistema que sólo da cabida a los que se pueden defender en él.
Alzo mi voz por ti, para que llegue a tus oídos y la haga tuya y como dice el poeta, adelgazo mis palabras para que tú las saborees y puedas apropiarte de ellas.
Hay quienes callan porque la vida les ha robado lo que tenían que decir, aquello que iban a defender, eso por lo que tenían que luchar. Callan y escuchan las simplezas que otros dicen mientras esperan que alguien haciendo acopio de valor se atreva a poner voz a sentimientos que agazapados esperan ser espolvoreados de realidad.
Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso . Prv 31: 8 - 9
Cuántos gritos velados. Dolor que se agazapa en el silencio incapaz de brotar al exterior y provocar el reclamo del ansiado auxilio.
Hay quienes no pueden hablar porque no tiene voz, porque no saben que decir, porque viven amordazados.
Bocas que callan. Nosotros somos sus voces, tenemos la obligación de hablar por ellos.
En la abertura de sus pupilas laten los sinsabores que emergen al exterior en forma de lágrimas.
Miras con el corazón y observas con impotencia que los labios presos del mutismo nada pueden decir, se mustian en un doloroso compás de espera, una espera que llega a desesperar.
Quienes sí podemos emitir discursos, proclamar edictos, narrar historias, contar cuentos, recitar poemas, los privilegiados que hemos sido dotados con el don preciosos de la expresión oral, tenemos el deber de prestarles nuestras palabras a ellos, a los sin voces.
En la soledad de las palabras, en el desértico mundo de los silencios, encontramos gestos que nos indican la necesidad de quien falto de vocablos recurre a ellos como medio para expresar lo que bulle en el interior.
Acoges el idioma de las señas y recurres a los sentidos para descifrar tan ensortijado lenguaje. Una vez consigues comprender el contenido, emerge tu voz para rasgar el aire y hacer de vocero a quien falto de ella reclama tu ayuda.
Alzo mi voz por ti, porque tú no puedes decir que estás cansado de tanta injusticia, de tanta hipocresía, de un sistema que sólo da cabida a los que se pueden defender en él.
Alzo mi voz por ti, para que llegue a tus oídos y la haga tuya y como dice el poeta, adelgazo mis palabras para que tú las saborees y puedas apropiarte de ellas.
Hay quienes callan porque la vida les ha robado lo que tenían que decir, aquello que iban a defender, eso por lo que tenían que luchar. Callan y escuchan las simplezas que otros dicen mientras esperan que alguien haciendo acopio de valor se atreva a poner voz a sentimientos que agazapados esperan ser espolvoreados de realidad.