Agradezco a Dios que Su promesa de ser “investidos de poder desde lo alto” (ver Lucas 24:49) no se detuvo en la Iglesia de Hechos. Sin embargo, en cierto sentido, ahí es precisamente donde se ha detenido para muchos en la iglesia de hoy. Asignamos el poder de Dios a los predicadores, líderes, locutores, autores o cualquier persona con una “plataforma”. Pero ¿Está Dios obrando en las bancas de la iglesia? ¿Está obrando el poder del Espíritu a través de cada creyente, sea hombre, mujer o niño, de la manera que el Señor quería? Si hemos sido salvos, entonces estamos destinados a ser llenos con el poder de Dios para hacer las obras de Dios.
Así es como sucedió en Hechos: “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles” (Hechos 8:1). De acuerdo a este versículo, los apóstoles permanecieron en Jerusalén, pero todos los demás creyentes fueron esparcidos por toda la región. “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.”(Hechos 8:4-5). Y así, el nuevo poder para ministrar fue desatado.
Permítanme añadir que el hombre llamado Felipe mencionado aquí era un laico. Señales y milagros acompañaban a este hombre mientras él predicaba. Los endemoniados eran liberados, las personas con discapacidad eran sanadas y saltaban de alegría. Más tarde, cuando Pedro vino a Samaria para presenciar estas obras, vio que “había gran gozo en aquella ciudad” (8:8). ¡Una ciudad entera fue conmovida por el gozo de Dios! Ese es un gran impacto realizado por una sola persona, un laico.
A continuación vemos a Ananías, un seguidor de Jesús que vivía en Damasco. No se nos dice mucho acerca de Ananías, pero sabemos que él estaba lleno del Espíritu Santo, y tenía un trabajo difícil por delante, pues Dios lo llamó a testificarle a Saulo, el famoso cazador de cristianos, que en ese momento estaba furioso contra la iglesia. Ananías fue llamado a la línea de fuego y él sabía que si no había escuchado a Dios correctamente, podría ser asesinado.
Ananías tuvo que superar un genuino temor por su vida, pero lo hizo al ser superado con el amor de Dios. Repentinamente, Ananías se llenó de compasión hacia un hombre que se había proclamado el enemigo mortal de todo cristiano. Entonces salió en fe, y la historia de la conversión de Saulo es bien conocida, se transformó a Pablo, el más famoso seguidor de Jesús de todos los tiempos, o quizás la transformación más importante de la historia. Pablo no sólo fue salvo, sino que también escribió la mayor parte de lo que se convirtió en el Nuevo Testamento.
Gary Wilkerson