La “simplicidad” de lo cotidiano, cuando se está cansado, no es tan simple. Todo requiere un esfuerzo sobrenatural a aquel que se siente sin fuerzas.
Pudiera ser que le sea humanamente posible afrontar el día a día desde un punto de vista puramente objetivo (puede levantarse, puede asearse, puede comer…), pero sus emociones, sus sentimientos de frustración y de vacío, la impotencia y el desgaste físico que va inevitablemente ligado a todo esto, complican salir adelante. Las pocas fuerzas que se tienen sirven, sencillamente, para respirar y poco más. ¿Cómo afrontar, entonces, los imprevistos y todo aquello que se presenta sin avisar, y mucho menos, sin haber sido invitado?
Ya se sabe, como dice el refrán, que a perro flaco, todo son pulgas. El hecho de que uno esté en un momento difícil no hace que se paralice el mundo y que otros posibles problemas detengan su avance para no arrollarnos por el camino. Tener un gran problema nunca te exime de que se sigan sumando otros. Y de hecho, parece que esto se suele dar así.
Como un querido amigo suele decir jocosamente, “Murphy anda suelto”. ¿Qué nos ayuda en tales casos?
Evidentemente, no me voy a dedicar a dar una fórmula mágica porque no existe (ya quisiera yo y tantos que acuden a las consultas de profesionales en busca de ayuda…). Pero sí es cierto que en momentos de dificultad hay algunos elementos que contribuyen a que se pueda poner, al mal tiempo, buena cara.
Menciono algunos a continuación junto con alguna pequeña “píldora” práctica para, precisamente, ante el tiempo vacacional que se avecina, en que los problemas a veces parecen multiplicarse al amparo de una convivencia más cercana y no siempre más feliz, puedan tenerse en cuenta y ejercitarse en la medida de lo posible:
· Valentía, entendida como el deseo firme por sobreponerse a la dificultad que se tiene delante y asumir las cotas de riesgo que significa avanzar.
· Expectativas ajustadas respecto a lo que se puede esperar de la situación, para no frustrarnos innecesariamente por el camino.
· Paciencia, entendiendo que las cosas no sucederán según nuestros tiempos, sino según Sus tiempos.
· Capacidad para poder ver en nuestras crisis lo que Él quiere que veamos. Un adecuado análisis nunca dejará de lado la cuestión espiritual que se esconde detrás de toda prueba. Lo contrario es, simplemente, perder la perspectiva justa de las cosas.
· Creatividad, para poner al servicio del problema y su resolución todas las capacidades imaginativas que Él nos ha dado y que nos permiten buscar opciones de afrontamiento nuevas para situaciones imprevistas.
· Sentido del humor, para no tomarse las cosas de forma dramática si puede evitarse y seguir teniendo la capacidad de disfrute con la que fuimos creados. Puede sentirse gozo en la adversidad si el gozo es el del Señor en nosotros.
· Optimismo inteligente, entendiendo éste como una esperanza que se sustenta en algo. A nosotros, como creyentes, nos amparan las promesas de cuidado, presencia y protección del Señor. No es sobre la nada que se sustenta nuestro posible optimismo. Y es por eso que tampoco debemos renunciar a él.
· Rodearse de aquellos que nos ayudan en momentos de angustia. Como dice el Salmo 118, el Señor está conmigo entre los que me ayudan.
· Afrontar activamente la situación que nos toca vivir, huyendo de la resignación y más bien asumiendo la responsabilidad a la que nos llama cada una de nuestras crisis.
· Ser inteligentes en aprovechar las situaciones para aprender y crecer en medio de las crisis. Lee cada suceso, saca conclusiones, evita repetir errores, enriquece tu existencia a partir de lo que el día a día te trae.
· Busca al Señor por encima de todas las cosas. Detrás de cada crisis, incluso detrás de cada ataque del enemigo, siempre está él permitiéndolo. No te quedes conforme sin recordad qué quiere Dios con todo ello, no te conformes a sufrir sin propósito.
No hay vida sin dificultad. Pero no hay dificultad sin posibilidades. Sólo un pasito más antes de decaer, y si tras ese puedes permitirte otro, adelante. Siempre adelante.
Autores: Lidia Martín Torralba