UNA
VENTANA ROTA
Quienes tenemos pasión por
escribir, reconocemos algunos de “los grandes” que han influido y probablemente
lo siguen haciendo, en nuestro estilo. Son inspiración, son guía, son
disparadores de ideas.
También tengo los míos.
Dentro de los autores cristianos, Andy Stanley, Chuck Swindoll y por supuesto
que la lista podría seguir.
Hay un bonito texto que
escribió el pastor Max Lucado y que me gustaría tomar como base para nuestro
compartir de hoy.
Él dice en otras palabras
que “Hay una ventana en nuestro corazón a
través de la cual podemos ver a Dios”. Había una vez cuando esta ventana
estaba limpia y transparente, se podía ver perfectamente a través de ella.
Conocías a Dios .Sabías cómo Él trabaja. Sabías que Dios tenía una voluntad y
resultaba fácil descubrir cuál era. Creías que se había revelado a vos tal como
era. Si alguien te preguntaba, estabas seguro de conocerlo plenamente.
De pronto una piedra rompió esa ventana. Una
piedra de dolor. A partir de ese momento, las cosas no resultaron tan
simples. El vidrio roto permitía que vieras algo pero distorsionado, era como
que ya no te resultaba tan fácil entender qué es lo que Dios pensaba o hacía en
relación con tu vida.
Es posible que esa ventana se rompiera cuando todavía eras niño y tu papá se
fue de la casa … para siempre.
Es posible que haya
sucedido cuando aquel a quien amabas y respetabas abusó de tu cuerpo y de tu
alma.
O el abandono
O la muerte
O el maltrato
O el engaño.
Sólo vos tenés la
respuesta, el nombre de la piedra, pero lo cierto es que un día llegó a trizar
la transparencia del cristal con el que mirabas desde tu alma.
Luego hubo otras piedras,
cuando ya eras no eras un niño. Piedras grandes y pesadas que también se
estrellaron contra la ventana. Y Dios estaba cada vez más borroso y lejano. Y
cada vez te costaba más reconocer sus gestos, entender la dirección que te
proponía… ¿Me equivoco?
Solamente la podés
identificar vos, y hasta en algunos casos fue tan duro el golpe que tu cerebro
por protección a tu salud mental decidió olvidarla.
Pero estos podrían ser
algunos ejemplos:
La piedra de la carta
encima de la mesa de la cocina, cuyo texto nunca quisieras haber leído " Me fui. No trates de buscarme. Todo se
acabó ya no te quiero".
La piedra del diagnóstico del médico, cuyas palabras pensaste que nunca irías a
escuchar: " Me temo que las
noticias no son buenas".
La piedra del resultado de
los exámenes de ingreso al trabajo que tanto habías soñado, diciendo: “usted no es psicológicamente apto para este
trabajo”
La piedra de la muerte de
ese ser a quien más amabas y por quien hubieras dado la vida. Una piedra que no
habló, sino que fue un enorme silencio. Un interminable silencio.
Lo cierto es que el golpe de la piedra estrellándose contra la ventana para
mirar a Dios resonó por los pasillos de tu corazón.
Los vidrios se astillaron en muchas partes y de repente Dios ya no era tan
fácil de ver. Se hace muy difícil verlo a través del dolor.
Dios no debería permitir que cosas así ocurrieran.
Hubo un tiempo en que la visión era clara, Dios se veía muy cercano. Era hermoso vivir su Presencia cercana.
¿Por qué la vida tiene que
incluir… estos momentos que a nadie son gratos?
¿Será como con los sueños?,
No sé si también te pasó, pero en algún momento de perder la inocencia de la
infancia, los sueños nocturnos perdieron los colores para convertirse en
monocromáticos.
Después de tu dolor fue más difícil ver.
Hay frases que como buenos
cristianos están siempre en nuestra boca. Frases con las que inclusive
aprendemos a hablar a los demás.
La mayoría de nosotros
sabemos cómo completar esta frase:
"Si Dios es Dios
entonces… :
No habrá colapso
financiero en mi familia.
Nunca mis hijos serán sepultados antes que yo.
Mi oración será contestada.
Mi pareja será la más
feliz del mundo.
Mi ministerio será
reconocido y podré desarrollarlo sintiéndome útil a La Obra.
Pensamos de ese modo hasta
que llega el sufrimiento.
A partir de ese momento
las cosas cambian, las experiencias son otras. Cuando llega el padecimiento
estas expectativas quedan insatisfechas.
Nosotros, que siempre hablamos de Dios a otros, nosotros que dedicamos muchas
horas de nuestra vida a escuchar los mejores sermones, nosotros que hemos
dedicado mucho tiempo a la oración…
buscamos a Dios pero no lo podemos encontrar.
Y empezamos a dudar si lo
que vemos a través del vidrio fragmentado de la ventana del corazón es su
imagen o nuestra imaginación.
Y ahora (aunque no se lo decimos a nadie) no estamos tan seguros de lo que
vemos.
Tampoco los discípulos estaban seguros de lo que veían.
Y Jesús no satisfizo sus expectativas.
Querían pelear, estaban listos para la batalla.
Pero en lugar de armas, tuvieron remos. Fueron enviados a navegar.
Las multitudes fueron
despedidas. Jesús se alejó. Y ellos quedaron en el mar con una tormenta
formándose en el cielo.
Notá la secuencia de esta tormenta como Mateo la describe:
Mateo 14: 22 al
24 "En seguida Jesús hizo
a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de Él a la otra ribera, entre
tanto que Él despedía a la multitud. Despedida la multitud subió al monte a
orar, y cuando llegó la noche estaba allí solo. Y ya la barca estaba en medio
del mar, azotada por las olas, porque el viento era contrario.".
La tormenta atacó de inmediato.
Jesús no estaba ignorante de la tormenta que venía. Estaba perfectamente
consciente que iban a pasarla mal en medio del mar. Sin embargo, Jesús mandó a
los discípulos a que enfrentaran la tormenta solos..
Estaba consiente que un temporal
venía y terminaría barriendo la superficie del mar. Pero no se dio vuelta. Esta
vez los discípulos tendrían que enfrentar la tormenta… solos.
De esto seguramente me has
leído mucho. Claro que no hablo de barcas y temporales en el mar.
Pero sí de esos momentos
en que sentimos que Jesús nos da la espalda, para que enfrentemos solos la
tormenta.
De nuestra debilidad… de
nuestros miedos.
La más grande tormenta de aquella noche no tuvo lugar en el cielo ni en el mar.
La peor de todas, la más
dura, la más huracanada se desarrolló en el corazón de los discípulos.
El miedo mayor no fueron
las olas provocadas por la tormenta sino el ver la espalda de su líder que se
estaba ocupando de despedir a la multitud e irse a orar, mientras los dejaba a
que enfrentaran la noche con la cabeza llena de preguntas como compañía.
Los discípulos pensaron seguramente que Jesús vendría en su ayuda. Lo habían
visto antes calmar tempestades como esta. Habían visto cómo aquietaba el viento
y suavizaba las olas. Sin duda que bajaría de algún modo del monte hasta donde
ellos estaban.
Pero Él no bajó.
Sus brazos comenzaron a
cansarse de tanto remar. ¿Alguien puede ver a Jesús? Ni señas.
Tres horas. Cuatro horas.
Los vientos embravecidos. La nave dando tumbos. Y nada de Jesús.
Sus ojos tratan de ver a Dios… pero no pueden verlo.
"¿Dónde estará el Maestro?", grita uno.
"¿Se habrá olvidado de nosotros?", lamenta el otro.
"¿Cómo es posible, cuáles serán las intenciones de Jesús dejándonos solos
en una noche como esta?".
¿Por qué no viene?
Después de muchas horas de debatirse entre la vida y la muerte, de sentirse
confrontados con sus propias soledades, de sentir que todo terminaba al segundo
siguiente… y al siguiente, cuando sus ojos estaban llorando lágrimas que se
confundían con las olas saladas del mar, cuando fue el momento justo, recién ahí
finalmente lo ven, Jesús vino a ellos
andando sobre el mar.
Este es un tiempo de incertidumbres.
Nuestra sociedad, los
hombres y mujeres de nuestro tiempo descreen de todo lo que ven a su alrededor.
Ya no miran hacia arriba ni hacia delante sino… hacia abajo.
¿Pero qué pasa en nuestros
buenos corazones cristianos?
También se encuentran en
medio de una tormenta, tratando de ver una luz de esperanza en la costa.
Somos nosotros quienes nos
desesperamos por tratar de en contra su imagen detrás de la ventana rota.
Tu fe no se quebranta,
sabés que Jesús está al tanto de lo que está pasando.
Que Él está consciente de
la tormenta que oprime tu pecho.
Pero por más que estires
el cuello tratando de verlo venir, no lo ves por ninguna parte.
¿Cuándo terminará esta
horrible prueba? ¿Cuánto tiempo falta para que este interminable momento de
vientos que parecen destruirlo todo en el alma, cambie por una tibia mañana de
primavera?
¡Ya basta Señor! ¡Ya basta!
Las tormentas atacan tu
fe.
Las tormentas destruyen lo
poco que construiste.
Las tormentas llegan como
un misil que viene a impactar en el centro de tu presente y tus esperanzas.
Las tormentas oscurecen la
luz del Sol y convierten el día en noche.
La pregunta en medio de la
tormenta es: “¿Dónde está Dios y por qué
me hace esto?".
Mateo 14:25
al 27 Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús
vino a ellos andando sobre el mar.
Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se
turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo.
Pero enseguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Aunque no lo puedas ver no
desesperes. Aunque el vidrio de tu ventana del corazón esté partido en mil
pedacitos por las piedras del dolor, no abandones.
Nunca, pero nunca dejes de remar.
Confiá en Él. Yo te
aseguro que está mucho más cerca de lo que podés imaginarte. No es un fantasma.
No es un cuento inventado por hombres. Es tan real como que estás en este
momento leyendo lo que escribo.
Y prestá atención, la voz
que oís no es el viento.
Cuando no puedas verlo con
tus ojos no sigas esforzándolos. Cerralos para que puedan verlo tus ojos del
alma.
Cuando el viento y el mar
embravecidos te asusten y te impidan escuchar su voz tapate los oídos del
cuerpo para ya no escuchar más ruidos.
Los ruidos no sirven para
otra cosa que distraerte y asustarte.
Prestá atención con los
cinco sentidos del alma.
¿Lo escuchás?
¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Ahora que todo se ve borroso, ahora que la ventana está tan astillada que con
dificultad permite que sólo algo de luz pueda llegarte, ahora que la tormenta
parece estar en su peor momento y que estás viendo como los que te acompañaban
con sus remos comienzan a claudicar, ahora es cuando Jesús está más cerca de lo que jamás soñaste.
HECTOR
SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
Basado en un texto de Max Lucado.