LA FAMILIA.-
No se es familia sólo por los lazos sanguíneos. La familia es más que eso, es algo que se lleva en el corazón.
Madres, padres, hijos, hijas, hermanos y hermanas… todos debemos amarnos y sentirnos bien unos con otros. Para vivir en familia hay que sentirse familia, y eso parte del corazón y del amor.
El mundo se constituye constantemente en un espacio de descomposición social que muy a menudo amenaza con una de las cosas más importantes en nuestras vidas: la familia. Y con ello no hablamos únicamente de ese concepto tradicional y ya estructurado de “familia”: madre, padre, hijos y hermanos. ¿Acaso si falta el padre o la madre ya no existe la familia? ¿Acaso si no somos hermanos de sangre no podemos ser hermanos del alma? ¿Acaso si nuestro hijo no creció en nuestro vientre ya no es nuestro hijo?
La familia no la hace la sangre sino el corazón: en algún momento hemos sentido a quien no comparte nuestro grupo sanguíneo como parte fundamental de nuestra existencia, por ende, es parte de nuestra familia, ¿cómo más podría decírsele? No debemos detenernos en las construcciones esquemáticas que las personas poco generosas de espíritu han creado. La familia trasciende las barreras de una simple cadena de ADN y llega a llenarnos el corazón con su compañía y su alegría. No importa si somos hermanos o no, no importa si somos tíos o no, no importa si somos madres o no, lo verdaderamente importante es que lo sentimos, y ningún papel ni lazo preestablecido podrá borrar la intensidad de un sentimiento sincero. La familia no es sólo una y tampoco nos llega hecha: nosotros la podemos crear, aumentar, minimizar, nutrir, concertar…
Pero, ¿qué significa vivir en familia? ¿Tenemos una familia? ¿Sabemos vivir en familia?
Vivir en familia implica mucho más que compartir un espacio físico, implica comprendernos, apoyarnos, cuidarnos, tolerarnos, respetarnos, amarnos. Una autora hindú afirma que solemos discutir con frecuencia con quienes tenemos mayor confianza, hecho que nos lleva a convertirnos en “luz de la calle, oscuridad de la casa”, pero lo cierto es que debemos empezar por valorar lo que se nos hace más cercano para luego poder apreciar con mayor claridad lo de afuera, no lo contrario.
Nosotras no somos monedas: cara para quienes nos conocen a fondo y sello para quienes apenas se acercan a nosotras. Debemos empezar a replantear nuestras prioridades y reconocernos como mujeres con cualidades y defectos sin que cambiemos de pensamientos según la ocasión y el público objeto.
Vivir en familia va más allá del protocolo, puesto que hablamos de unión, solidaridad y amor puro que no se excusa en la confianza para entregar lo “peorcito” de nosotras, sino de un amor que desde la confianza encuentra su plenitud y abundancia. Habrán momentos en los que no querremos ver a los demás “ni en pintura”, pero a pesar de las vicisitudes, siempre habrán razones por las cuales ser leales, respetuosas, justas, sonrientes y libres de prejuicios.
La familia es la cadena de ADN de nuestro corazón, es el resguardo de nuestras almas, así como podemos hacerla crecer sin límites también le podemos restarle importancia, pero lo que siempre debemos recordar es que a pesar de que en algunas ocasiones no veamos los brazos de nuestra familia, ella siempre estará allí para regalarnos calor en los momentos de frío y desolación.
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