¿CULPABLE?
A veces ocurre que te comportas francamente mal. Tienes una mala semana o un mal día. Has hecho, dicho o pensado algo sucio. Has herido a alguien. Has sido egoísta. Has tenido mala actitud. Has vuelto a caer. Luego lo piensas y te tiras de los pelos, detestando lo que has hecho. Te das asco. Pero ya es tarde, te sientes absolutamente indigna, y sientes que no tienes ningún derecho a estar en la presencia de Dios… todavía no estás bloqueada. Estás sucia. Te sientes culpable. Culpable de todos los cargos.
Cuando te sientes así, cada vez que vienes a Dios te parece que tienes que pedir perdón, estás un buen rato haciéndolo y sólo después de esa penitencia y unas cuantas lágrimas sientes que tienes cierto derecho a estar delante de Él.
A veces escuchas una predicación que te recuerda lo indigna que eres. Dios debe estar muy descontento contigo, muy decepcionado. Sientes angustia, así que necesitas que alguien ore por ti para sentir que todo está en paz otra vez y que puedes estar en su presencia. Sales al llamado, deseosa de estar en paz con Dios de nuevo.
Qué sentimiento más feo, la culpabilidad. Te bloquea, te endurece. Te hace querer tirar la toalla. Porque te das cuenta de que no tienes remedio, eres un caso perdido. Eres culpable.
Y sin embargo nuestra fe en el Hijo de Dios lo ha cambiado todo. Jesús es nuestro sustituto y ya se ha hecho cargo de todo lo malo en nuestra vida. De nuestros detestables pecados de ayer, de los de hoy… y sí, también los de mañana. “No lo comprendo”, dices. Que Jesús se encargue de todo lo concerniente a la fealdad en nuestras vidas y nosotros no necesitemos hacer absolutamente nada… ¡es sencillamente muy raro! Es difícil sentirse con derecho a algo en esos términos.
No entendemos este tipo de justicia. Jesús lo hace todo y nosotros nada… esto es de locos.
Deberíamos tener algún mérito propio.
Y la repuesta es NO. No hay méritos propios en esta historia.
Y desde luego no es él quien me llama indigna. ¿Cómo va a hacerlo, cuando Jesús hizo lo que tenía que hacer para dignificarme? No es él quien me llama sucia. ¿Por qué lo haría? Eso sería como decir que Jesús no murió para limpiarme. No es él quien me hace sentir poquita cosa. No, no es él.
Me parece que vivir en un estado continuo de culpabilidad, indignidad o empequeñecimiento es vivir una vida sin fe. Es como si no termináramos de creer que Jesús hizo lo que hizo por nosotros. Y te digo una cosa, murió para darnos dignidad, para limpiarnos, para embellecernos, para devolvernos nuestra importancia, para devolvernos nuestro valor y sobretodo, lo hizo para que pudiéramos estar con Él.
Porque para eso nos creó. Para ESTAR con Él.
Así que no, no está nada bien vivir sintiéndonos como si ese sacrificio que Jesús hizo no fuera suficiente. Como si el pago hubiera sido incompleto ¡Sí que es suficiente! ¡Y más que completo!
Esto es el evangelio. Éstas son las buenas noticias.
¿Cuándo dejaron estas noticias de ser buenas? ¿Cuándo comenzaron a ser una carga pesada? ¿Cuándo dejaron de traer alegría?… ¡Qué gran tragedia! ¡El evangelio incomprendido, tergiversado, adulterado!
Hay quien se remueve en la silla nervioso al escuchar el evangelio expuesto así de esta manera porque parece que es una licencia para pecar y vivir como uno quiera. Porque entonces, ¿qué hacemos? Si no hay que ganarse NADA, si Jesús lo perdona TODO… ¿No sería una idea genial PECAR todo lo que podamos y más? ¿Qué más da? ¡No cambia nada!
No sé muy bien qué decir al respecto. El evangelio es lo que es…
¡Pero atención!: Lo que suele suceder es que cuando una persona comprende el evangelio tal cual es, y deja de sentirse culpable y se sabe libre de cargos, y siente que seguir a Jesús no es una tarea pesada ni difícil, y que el cristianismo no es una serie de estrictas reglas de moralidad y comportamiento, empieza a sentir alivio y gratitud genuina, y entonces el amor a Dios empieza a surgir… Y cuando uno empieza a amar a Dios ¡ya está! Uno empieza a detestar el pecado en su vida. Las cosas que antes nos seducían irremediablemente pierden su encanto…
El amor a Dios hace cosas espectaculares en el interior del hombre. Cosas dignas de contar. Dejemos que el evangelio siga siendo una buena noticia.
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