Sonríe, sonríe, hasta que notes que tu continua seriedad o tu severidad habitual hayan desaparecido. Sonríe, hasta que logres que el calor de tu rostro alegre, caliente tu corazón que tiende a ser frío.
Recuerda que tu sonrisa tiene un trabajo que hacer: ganar amigos para ti, y almas para Dios. Sonríe a los rostros solitarios. Sonríe a los rostros enfermos. Sonríe a los rostros arrugados de los ancianos. Sonríe a los rostros sucios de los pordioseros. Deja que en tu familia todos gocen de la belleza y de la inspiración que provienen de tu rostro sonriente.
Sonreír en el sufrimiento es cubrir con pétalos vistosos y perfumados las espinas de la vida, para que los demás sólo vean lo que agrada, y Dios, que ve en lo profundo, anote lo que nos va a recompensar. Y así obtendrás que en el último día, el Señor Supremo te sonría también satisfecho y te lleve a donde nunca vas a dejar de sonreír.
(Desconozco el autor) |
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