El apego a su banco eclesial era notorio a todos los fieles de aquella congregación. Sabían que allí no se podían sentar; pertenecía de modo exclusivo al fiel Claudio.Cualquier visita despistada era despachada del modo más amable para que ocupase otro banco que no fuese aquel. Al paso de los años la iglesia había ido aceptando cambios; pasaron del más rancio conservadurismo a la apertura más tolerante, pero banco y Claudio era un binomio inseparable e imperturbable.
El mayor contratiempo que sufrió este fiel cristiano fue cuando los aires de modernidad recomendaban abandonar los bancos de madera para sustituirlos por sillas más ergonómicas. No le pareció justificación suficiente para deshacerse de ellos el que la madera estuviese carcomida. Al contrario, se ofreció personalmente a someter toda la bancada a tratamiento antiparasitario. Esta lucha la convirtió en su “guerra santa” personal y por supuesto salió ganando, eso sí, provocando una división eclesial. La máxima tensión entre las partes se produjo cuando Claudio exclamó en tono dramático “pues cambiaréis todos los bancos por sillas menos el mío”. La estética de un banco rodeado de sillas era difícil de explicar a los visitantes.
Su asistencia a todas las reuniones que se celebraban en la iglesia, su puntualidad, sus ofrendas cuantiosas, sus buenas obras le otorgaron un prestigio entre los creyentes que no habría alcanzado siendo anciano. Ejercía cierto poder desde su banco.
Siendo ya muy mayor y llegada la hora de su partida, la muerte no le sorprendió en su cama sino en su banco, como no podía ser de otro modo. Tuvo una muerte dulce, hay quien dice que expiró cuando oyó mencionar del predicador la palabra banco en la cita del evangelio de Mateo 9:9. Aquel vocablo poderoso le dio amplia y generosa entrada en la eternidad.
Cuando llegaron los del SAMU y vieron que tenía el rostro del color del barniz del banco, se asombraron de aquella simbiosis y no hicieron ningún esfuerzo por recuperarlo.
Reunidos los ancianos para saber qué digno sepelio merecía aquel hermano, todos estuvieron de acuerdo en llamar a un carpintero. Dos días después se celebró el entierro. Aquel día la congregación perdió un hermano y su último banco. El hermano por muerte natural y el banco para compartir su destino eterno transformado en ataúd del mismo.