De tanto en tanto los cristianos somos partícipes involuntarios de
las nuevas oleadas que sacuden la cotidianeidad del Reino. Las teologías novedosas, los ministerios extravagantes, los nuevos métodos de crecimiento o las tendencias musicales, polarizan a la mayoría de las congregaciones. El ministerio que no se ajusta a la moda definitivamente quedará «obsoleto» o, lo que es peor, será catalogado con alguna frase espiritualoide del tipo «está en contra del mover de Dios».
Recuerdo cuando en los años ochenta todo se «demonizó» y cualquier situación merecía el título de «tiene el espíritu de tal cosa». La haraganería, la rebeldía, el simple hecho de cambiarse de iglesia, y hasta la soltería, todo significaba que se trataba de un espíritu territorial que había poseído a la persona en cuestión, y que esta necesitaba liberación. Los cristianos salíamos de cacería de brujas (no sé porqué razón de vez en cuando nos encanta hacerlo) y hasta era divertido descubrir que «el creador de los Pitufos había hecho un pacto con el diablo», que «las canciones de la célebre brasileña Xuxa estaban inspiradas en el infierno», y hasta fuimos por más: la consigna era tomarse el trabajo de dar vuelta las cintas de los cassettes cristianos para descubrir con horror que aquello que al derecho decía «Cristo te alabo», al revés parecía decir: «obala et otsirc… uci… er…». ¿Uci… er…? ¡¿Acaso esto último querría decir «Lucifer»?! No estábamos del todo seguros, pero ante la duda no faltaron quienes salieron a ofrecer seminarios en los que podíamos escuchar con nuestros propios oídos las incongruencias de alguien cantando al revés, y en los que cada uno podía entender lo que quisiera, para luego quemar cada cassette sospechoso de tener algún contenido subliminal, ya que supuestamente algunos cantantes habían hecho un pacto diabólico para vender ¡más de trescientas copias! (porque, que yo recuerde, nadie en aquella época se alzó con un disco de platino,
así que si hubiera sido verdad aquello del pacto diabólico, o ni siquiera valió la pena el esfuerzo de grabar al revés, o bien Satanás no cumplió con su parte).
Luego llegó la unción, las caídas en masa, y, como un efecto colateral, las conferencias dedicadas a las tomas de ciudades y mapeos espirituales. Decenas de ministros foráneos llegaron para enseñarnos cómo hacer que una ciudad entera colapsara bajo el poder de Dios. Algunos hasta contrataron un helicóptero para rociar su ciudad con aceite, otros más humildes se conformaban con dar algunas vueltas a la plaza principal, y cuando creíamos haber descubierto casi todo, fue entonces que comenzó la movida profética… Decretos y profecías eran repartidos a granel en los cientos de congresos proféticos que se organizaron a lo largo y ancho del continente.
Tiempo después vinieron los apostolados. No tardamos en conocer «el modelo de los doce» (organizado con el mismo formato que los populares multiniveles de negocios, solo que en vez de vender hierbas digestivas había que sumar gente) y el que no tenía una célula (espiga, barca, barquito, racimo, tribu, casa de paz, hogar, monte, fruto o el nombre que cada iglesia quisiera otorgarle) literalmente estaba en rebeldía con la autoridad. O te conseguías tus doce, o estabas fuera.
A la vez, y de forma paralela, se han movido las tendencias musicales. La alabanza originada en México inundó el continente de la noche a la mañana. Todo el mundo cantaba las mismas canciones detrás de un teclado, y me consta haber visto a muchos imitar el tono azteca solo para estar en la onda. Poco después llegó una nueva aplanadora desde Australia, y entonces todo volvió a cambiar. El teclado pasó a un segundo plano y fue el momento de colgarse una guitarra acústica, vestir unos jean gastados y dejar atrás los viejos salmos para darle paso al pop.
Ahora bien, antes de que alguien queme este libro en una hoguera por el simple hecho de que me he atrevido a tocar algunas «vacas sagradas», quiero dejar en claro que estoy seguro de que la mayoría
de estos fenómenos fueron inspirados por el Señor. La demonología existe, y las profecías, la unción y los apostolados forman parte de todo el consejo de Dios que merece y debe ser predicado. Lo mismo con la música. Estamos agradecidos que de vez en cuando se renueve el aire y podamos salir de la rutina. De otro modo aun seguiríamos cantando aquellos viejos himnos tradicionales con los que algunos de nosotros nos criamos. Con lo que no podemos estar de acuerdo es con aquellas cosas que se convierten en la moda del momento, exacerbándose por encima de todo lo demás.
El punto es que no estamos discutiendo si el Señor realmente se está transfigurando en el Monte para mostrar su esplendor apareciendo junto a Moisés y Elías. Eso solo puede ser originado por Dios y no está sujeto a discusión. Lo que no podemos aprobar es la idea de Pedro de construir tres enramadas para quedarnos a vivir allí. No podemos polarizar ni mucho menos monopolizar el mover genuino de Dios. Recuerda que herejía no es solo aquello que no está en la Biblia, sino también las doctrinas que se sacan fuera de contexto. Siempre digo que creo en un Dios que quiere prosperarnos. Pero si por casualidad te congregas en una iglesia donde todo gira en derredor de la prosperidad y cada mensaje apunta solo a eso, te recomiendo que huyas por tu vida y encuentres una iglesia donde se predique todo el consejo de Dios, completo. Fuegos no autorizados Seguramente debes recordar aquel pasaje de Levítico 10:1-3 en el cual los hijos de un sacerdote ofrecieron una ofrenda que desagradó al Señor y que terminó en tragedia. «Pero Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los consumió, y murieron ante él. Moisés le dijo a Aarón: «De esto hablaba el Señor cuando dijo: “Entre los que se acercan a mí manifestaré mi santidad, y ante todo el pueblo manifestaré mi gloria.”» Y Aarón guardó silencio». La historia de por sí es aterradora y nos deja sin palabras. Los muchachos ofrecen un fuego extraño, son eliminados al instante, y la única reacción del padre es quedarse callado (lo que a las claras denota que no fue un accidente sino la consecuencia de algo mal hecho).
Muchas veces he tratado de pensar cuáles pueden haber sido las razones por las que Dios se enfadó tanto, y por qué a la hora de juzgarlos no pesaron sus buenas intenciones. Cualquiera de nosotros diría: «Bueno… es innegable que es un fuego extraño, pero convengamos en que por lo menos están haciendo algo para Dios, y lo están haciendo de corazón, que es lo más importante». Pero definitivamente Dios vio mas allá de esas escuálidas razones humanas. Lo primero que se me ocurre, y casi lo más obvio, es que pudieron haber estado en pecado al ofrecer la ofrenda, y esa bien pudo haber sido una razón valedera para semejante castigo. El Señor había sido muy explícito respecto de este tema: «El Señor le dijo a Aarón: “Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor cuando entren en la Tienda de reunión, pues de lo contrario morirán. Éste es un estatuto perpetuo para tus descendientes,para que puedan distinguir entre lo santo y lo profano, y entre lo puro y lo impuro, y puedan también enseñar a los israelitas todos los estatutos que el Señor les ha dado a conocer por medio de Moisés”». (Levítico 10:8-11) Aunque no sea lo medular de este capítulo, no quisiera pasar por alto el detalle de que no podemos pretender ser líderes y jugar con Dios. La cosa es seria. Los que reconocemos la extrema santidad y la gloria de Dios sabemos también de su extrema peligrosidad. El simple hecho de estar cerca de Dios nos exige pagar un precio, y no estoy hablando de nuestra salvación, la cual recibimos solo por su gracia. Me refiero a que debemos pagar el precio de la santidad para poder tener una comunión íntima con él. Y así como nadie puede estar medio soltero y medio casado, nadie puede ser medio santo y medio pecador. Dios nos exige una integridad absoluta, y nos ofrece la sangre de su Hijo para que podamos alcanzarla.
Una vez escuché a un predicador decir: «Cuando hablo del Dios del Antiguo Testamento siento que estoy predicando sobre un viejito enojado y con muy mal humor que luego en el Nuevo Testamento se terminó ablandando y endulzando». ¡Esa es la peor óptica que podemos tener acerca de Dios! Él nunca ha cambiado, y sus principios son idénticos desde hace millones de años. A diferencia de nosotros, ¡él no se ajusta a las modas de turno! El mismo Dios de los escuadrones de Israel y de las múltiples batallas es aquel que volcó las mesas de los mercaderes en el templo cuando se percató de que muchos no podían entrar con sus ofrendas por el simple hecho de no haber comprado un animal en el mismo lugar o por no tener la moneda correcta. Nunca te confundas. No des por sentado el modelo del «Cristo débil» que nos impuso cierto sector del catolicismo o la industria del cine. El mismo que eliminó a los hijos de Aarón es el que desbarata la cueva de ladrones de los cambistas del templo. El mismo Dios que escribió en la pared de Belsasar es aquel que no permitió que Ananías y Safira le mintieran al Espíritu Santo. Las páginas blancas que separan un Testamento del otro solo marcan 400 años de silencio divino. Nunca subestimes a Dios suponiendo que se transformó en un pusilánime en el trayecto de Malaquías a Mateo, porque el día que lo subestimes dejarás de temerle, y un líder sin temor de Dios es la peor catástrofe que puede sucederle al Reino.
Tomado del libro Asuntos Internos, ©2011 por Dante Gebel y Lucas Leys (ISBN: 978-0-8297-5738-5). Usado con permiso de Editorial Vida.