“Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo”. Hebreos 8.7
Si bien la palabra está referida a Melquisedec y Jesús, el principio se aplica a todos nosotros.
Por eso no debemos subestimar nuestros defectos, debemos tratar con ellos y corregirlos.
Porque por medio de nuestros defectos nos “serruchamos el piso” a nosotros mismos, es decir, nos saboteamos la vida.
Muchas cosas que Dios confía en nuestras manos las perdemos por administrarnos de forma defectuosa.
- Ese negocio que era tuyo, ahora es de otro.
- Esa casa que era tuya, ahora es de otro.
- Ese dinero que era tuyo, ahora es de otro.
- Ese ascenso que era tuyo, ahora es de otro.
- Ese cliente que era tuyo, ahora es de otro.
Necesitamos comprender que no nos han quitado estas cosas, sino que fuimos nosotros los que las hemos perdido.
Porque si nosotros que las teníamos —es decir, el primero—, nos hubiéramos conducido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.
También necesitamos entender que la responsabilidad de que aparezca un segundo siempre está dada por los defectos del primero.
No subestimes tus defectos, ni te jactes de ellos, enumeralos en un papel y hacé un plan de acción para erradicarlos de tu vida de forma inmediata.
Responsabilizate por tu vida y por tu situación, entendiendo hoy que el segundo aparece por los defectos del primero.
Yo bendigo tu vida para que puedas erradicar tus defectos y, de esta forma, nunca pierdas aquello que Dios te entregó primeramente a vos.
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