El cariño. Todos necesitamos que nos quieran
Dar y recibir amor es una capacidad de índole superior para la que el ser humano está ampliamente dotado, y a la vez constituye para él una necesidad, ya que una existencia sin amor supone un vacío en una parcela muy importante de nuestra vida psíquica.
A lo largo de la vida vamos estableciendo numerosas relaciones interpersonales en las que vamos volcando más o menos afecto en razón de la afinidad que sentimos por esas personas, de la intensidad y frecuencia de la relación y de la reciprocidad afectiva que advertimos en ellos. De forma más o menos inconsciente, damos cariño esperando que éste obtenga una cierta resonancia en la persona querida, de tal modo que esta persona también nos dé cariño a nosotros, lo que supone un reconocimiento, una reciprocidad y el establecimiento de un vínculo afectivo, como la amistad, más o menos tácito.
Muchas veces se da afecto sin esperar nada a cambio, sin esperar una respuesta, pero difícilmente perduran demasiado estas relaciones, ya que la falta de resonancia afectiva hace que al no existir un estímulo psicológico que refuerce nuestra conducta, ésta vaya perdiendo paulatinamente fuerza hasta desaparecer, volcándose en otras personas de las que obtenemos una cierta compensación afectiva.
También influye la frecuencia con que nos relacionamos con las personas queridas. Un amplio distanciamiento hace que la falta de trato enfríe progresivamente la relación, si bien ésta puede sobrevivir mucho tiempo en los casos en los que quedó establecida sólidamente con anterioridad, sin elementos que la deteriorasen, por eso se dice que se tienen amigos para toda la vida a pesar de que hace mucho tiempo que no se habla con ellos, precisamente porque, al igual que sucede con muchos miembros de la familia, se ha establecido antiguamente un fuerte vínculo por el cual estamos seguros de su capacidad de respuesta afectiva en cualquier momento de nuestra vida.
El hecho de querer a los demás, si las relaciones que hemos establecido con ellos son francas, sanas y sinceras, nos hace sentirnos útiles, necesarios y satisfechos de nosotros mismos al desarrollar una importante capacidad de nuestra personalidad. Además, el cariño llena de sentido nuestra vida y contribuye, a veces de forma decisiva, a nuestro equilibrio psicológico. Por otro lado, el sentirnos queridos por los demás, especialmente durante la infancia, nos proporciona seguridad en nosotros mismos, nos sirve para reforzar algunos aspectos de nuestra personalidad, aumenta indirectamente la autoestimación y nos ayuda a afrontar las dificultades que van surgiendo a lo largo de la vida, dentro de un clima de comunicación y adaptación social imprescindible para el desarrollo y maduración de la personalidad.
Por tanto, el cariño tiene un papel decisivo en la vida y en la salud psíquica de cada persona; pero tanto la exagerada necesidad de estimación como el desprecio por los sentimientos que hacia nosotros expresan los demás, así como la propia falta de sentimiento o de resonancia afectiva, pueden ser la causa o la expresión de un trastorno psicopatológico.
Una exagerada necesidad de estimación es el principal síntoma de algunos trastornos neuróticos y es el rasgo definitorio de las personalidades histéricas. Las personalidades psicopáticas se caracterizan a menudo por un desprecio de las normas sociales junto con un franco desinterés por los sentimientos de los demás que se demuestra en una frialdad cruel ante el sufrimiento que se puede estar ocasionando a estas personas. Los psicópatas responden a veces con crueldad a la demostración afectiva de que son objeto. En la depresión se produce generalmente un empobrecimiento afectivo por lo que estas personas se sienten como incapaces de querer a los seres que siempre habían querido sin que encuentren causas que lo justifiquen, lo que les hace sufrir profundamente. También en algunas psicosis, como la esquizofrenia, se produce una falta de resonancia afectiva.
(De la red)