El liderazgo está muy relacionado con pedir. Luego de lanzar visiones audaces, los líderes piden ayuda a las personas para convertirlas en realidad. Los líderes describen problemas apremiantes que están poniendo en peligro el logro de la misión, y entonces piden a las personas que dediquen sus mejores y más innovadores pensamientos para resolverlos.
En el trabajo de la iglesia los líderes piden a los que muestran interés en las cosas espirituales que consideren a Cristo. Les piden a los creyentes que crezcan en su fe. Les piden a los miembros del equipo de trabajo, a los voluntarios, a los que contribuyen y a los contratistas que se presenten, que den lo mejor de su tiempo, dinero, energías y corazón; todo por lo mucho que creen en la causa que siguen.
Así que hace mucho tiempo comprendí que «pedir» siempre sería una parte significativa de mi función como líder. Lo que no sabía era que mientras más dirigiera, mayores serían mis «pedidos». No tenía opción: Dios estaba poniendo grandes visiones en mi mente y corazón, y la única manera de llevarlas a la realidad era haciendo peticiones grandes.
Uno de los desafíos más grandes que he
dirigido implicó un esfuerzo de expansión
que hicimos en Willow. Hasta donde yo sabía, requería de la campaña financiera más grande que jamás intentara una iglesia local. Había demasiado en juego, y muchas veces me tenía que recordar que tendría que ser en extremo atrevido para pedir que las personas se unieran a mí en este empeño tan grande en el cual Dios se iba a glorificar.
Y pedí con atrevimiento… en público, en privado y en oración.
Al final, Dios obró de manera poderosa, dando como resultado el inicio de varios terrenos dinámicos regionales para la iglesia, una estupenda nueva instalación en nuestro lugar en Barrington, y un aumento para los fondos de la Asociación Willow Creek. Pero además, nos hizo comprender algo interesante: Si se maneja de manera apropiada, las personas se sienten realmente halagadas de que se les pidan cosas significativas para Dios. Desde luego, es posible que no siempre digan que sí —no siempre pueden decir sí— pero casi siempre se sienten honradas cuando se les hace una petición sabia y oportuna.
Vi esto todavía más claro en una oportunidad en la que yo era quien estaba recibiendo algunos grandes pedidos. Llevaba un par de décadas dirigiendo en Willow cuando algunos autores comenzaron a pedir apoyo para sus libros, las organizaciones comenzaron a pedirme que sirviera en sus juntas y las instituciones de caridad comenzaron a pedir grandes sumas de dinero para ayudar a sus ministerios. Resultó interesante que cada vez que llegaban estos grandes pedidos, me daba cuenta que no me ofendían en lo más mínimo. De hecho, me sentía muy honrado.
Cuando alguien me pedía que lo ayudara a adelantar su causa, yo pensaba: «¡Vaya! Debe pensar que estoy muy orientado en las cosas del reino para ocuparme de algo como esto. Incluso, debe pensar que en realidad tengo algo con qué contribuir para lograr su meta».
Cuando me pedían dinero, yo pensaba: «Ellos asumen que yo manejo de una manera tan responsable todos los recursos financieros que me llegan que tengo la capacidad de hacer esto». ¡Qué cumplido!
Me he convertido en un gran defensor de que los líderes entiendan con toda claridad tanto la necesidad de grandes pedidos como la manera de hacerlos con sabiduría, porque cuando se hacen bien, pueden en verdad construir relaciones. Cuando se hacen bien, muy pocas veces hay inconvenientes.
Permíteme ofrecer un sistema sencillo que siempre tengo a mano de modo que cada vez que Dios me motiva a hacer una gran petición, yo estoy listo. Primero, es importante establecer el contexto. Muchas veces en un almuerzo, digo: «Dios me ha guiado a desafiarte hoy con algo, pero, por favor, desde el comienzo quiero que sepas que no hay problemas si aceptas o no el desafío. Mi meta aquí es ser obediente al impulso de Dios, no obligarte a hacer algo. No hay consecuencias adicionales por tu decisión final en nuestra conversación de hoy. No va a afectar nuestra amistad ni mi respeto por ti porque esto no es tanto entre tú y yo como es entre tú y Dios. ¿Estamos de acuerdo en esto?»
Segundo, cuando hago la petición, lo hago de la forma más clara y sucinta posible. En muchas ocasiones me he sentado a la mesa frente a una persona que está buscando de Dios y le digo: «Esta es la noche en que te voy a pedir que aceptes a Cristo. Es posible que no estés listo, no hay problema si es así, pero quiero repasar brevemente contigo cómo el amor de Dios puede cambiar un corazón humano y luego darte la oportunidad de responder».
Me he sentado frente a hombres o mujeres de negocios y les he dicho: «En unos pocos minutos voy a pedirte que consideres unirte al equipo de trabajo de nuestro ministerio. Sin embargo, antes de hacerlo quiero darte cuatro razones por las que te estoy desafiando a unirte al equipo de trabajo de nuestro ministerio. Cuando termine, quiero que ores por la posibilidad de dejar tu trabajo y venir a bordo con nuestro equipo».
Me he sentado frente a ejecutivos muy capaces y les he dicho: «Les estoy pidiendo que consideren ofrecer su tiempo como voluntarios en nuestra junta». Me he sentado frente a millonarios y les he dicho: «Me gustaría pedirles que oraran en cuanto a dar más del dinero que han ganado con tanto ahínco para los propósitos de Dios en el mundo».
Por supuesto, algunas veces me siento un poco nervioso y se me hace un nudo en la garganta durante conversaciones como estas, pero no hay manera de escapar del hecho de que un liderazgo eficiente requiere que se desarrolle esta habilidad. Y sé que mientras más confianza tenga al hacerlo, mejor será para todos.
Luego de pedir, siempre le sugiero a la otra persona que lo lleve ante Dios y después regrese a mí en un lapso de tiempo previamente acordado. «¿Podríamos reunirnos otra vez la semana siguiente [o dentro de dos semanas, o cuatro] para ver qué crees de esto?» les pregunto. Algunas veces la reunión siguiente arroja un no. Pero con la misma frecuencia he tenido personas que regresan a mí con un «¡Oye, voy en esa! ¡Llevé tu petición ante Dios y él me puso la luz verde!»
Una vez más, cuando la petición se maneja de forma espiritual y con inteligencia en lo que tiene que ver con las relaciones, es muy raro que haya inconvenientes. Cualquier resultado es bueno.
La naturaleza de los seres humanos es de una manera tal que mejorar la conducta no es algo que sucede al azar. Por lo general, necesitamos que alguien nos pida que consideremos subir un peldaño más.
En mi propia vida muy pocas veces he dado un gran paso de avance, en lo espiritual, físico, emocional u otro aspecto, a menos que alguna otra persona me lo haya pedido. A lo largo del camino he alterado radicalmente mis hábitos de comida y ejercicios porque líderes excepcionales me han pedido que considere convertirme en una persona más saludable. He dirigido recursos hacia causas dignas porque líderes de valor me han pedido que los ayude a lograr una apremiante visión. He sido más intencional como padre, he apoyado a mi esposa con mayor devoción, practicado disciplinas espirituales con más fidelidad y subido la parada en mi propio desarrollo como líder, por mencionar solo algunas cosas, todo porque líderes audaces me pidieron que lo hiciera.
Y en cada oportunidad pensaba: «Tal vez pueda lograr algo. Nunca, hasta ahora, pensé mucho en esto».
Si estás persiguiendo una visión audaz, uno de los regalos más grandes que puedes dar a las personas que te rodean es pararte frente a ellas, cara a cara, y pedirles que den un paso al frente y hagan algo grande para Dios. Hazlo bien, y traerás gloria a Dios, estimación a la otra persona y recursos muy necesarios para tu ministerio.
Tomado de Axioma-Poderosos Proverbios del Liderazgo, Copyright ©2009 por Bill Hybels (ISBN: 978-0-8297-5713-2). Usado con permiso de Editorial Vida.