Nunca te avergüences de ser quien eres
Por culpa de la vergüenza dejaste de hacer muchas cosas que desearías hacer.
Por culpa de la vergüenza dejaste de ir a sitios a los que desearías ir
Por culpa de la vergüenza sacrificas mucho, demasiado. Es hora de tomar las riendas de tu vida, eres valiosa y tienes motivos para sentirte orgullosa por quien y como eres.
La vergüenza es una enemiga pública, pero íntima y personal, que convive contigo todos los días de tu existencia, y por ella has dejado de hacer muchas cosas. Te has adaptado a su sutil forma de acapararte, de robarte tu identidad y autenticidad.
La vergüenza nace de la creencia de que no puedes equivocarte, no puedes ser imperfecta, no puedes ser menos que los demás. Buscas el perfeccionismo, y cuando fallas, la vergüenza (como una señora madura, aburrida y frustrada) te señala con su dedo, anunciándote que no eres lo que pretendes ser. Y en esa aventura de ser quien no eres, el precio que pagas es tu propia felicidad.
Por vergüenza dejaste de usar blusas sin mangas porque los años han debilitado tus tríceps y la carne colgando te avergüenza, porque en verdad te acobarda la idea de envejecer, sin aceptar que es un proceso que todos viviremos.
Por vergüenza no llamaste a ese hombre que tanto te gustaba, por temor a lo que “pensaría” si lo hicieras. Era mejor poner una distancia e indiferencia falsa que mostrarle tu verdadero interés.
Por vergüenza no estudiaste lo que querías, ni te atreviste a usar ese color de cabello tan extremo, o no te postulaste para el nuevo puesto en tu empresa.
Por vergüenza usas ropa interior con relleno, aunque te moleste. Usas demasiado maquillaje para ocultar tus arrugas, zapatos cerrados para evitar mostrar tus pies grandes, anchos…
Por vergüenza no dijiste que no.
El temor a que los otros vean lo que en verdad eres te afecta tanto, que te sometes a la esclavitud y eliges vivir en las sombras. No corres los riesgos para alcanzar tus proyectos, y tu vida se va transformando en un verdadero infierno.
Vivir así no te vuelve perfecta, sino impostora. Porque reconocer un error, cometer una equivocación, o simplemente aceptar tu cuerpo tal cual es te libera, y te hace emocionalmente más fuerte.
¿Cómo dejar de sentir vergüenza o temor al ridículo?
Haciendo el ridículo y dándote cuenta de que no pasa nada.
Asumiendo que las personas somos diferente y únicas: si tienes pechos pequeños, o demasiados grandes, pies anchos, o demasiados pequeños: ¡SON TUYOS!
Hablando con el corazón, corriendo el riesgo de saber que puedes equivocarte, y que eso sólo refuerza tu naturaleza humana.
Pensando que nadie es aceptado o rechazado por todo el mundo. Siempre hablarán de nosotros para bien o para mal.
Aceptando que tú eres la mejor creación de Dios.
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