Qué poco me parezco a ti, maestro.
Obnubilada por los quehaceres de una nueva rutina, abarco con mis manos un fragmento largo de tiempo. Lo abrazo para que nadie me lo arrebate, es mío, sólo mío.
Quiero tener mi espacio, mi vida, mi yo. Todo determinado desde mi perfilado e imperfecto perfeccionismo. Mirando desde esa almena donde diviso lejanamente las cosas postergadas que cada vez se diluyen más y más en el horizonte.
Prometo lo que no cumplo, hablo demasiado apresurada para no decir gran cosa, parpadeo asombrada ante escenas que deberían ser descritas con fervor y a las que tan sólo aludo con nostalgia.
A veces me gana la desidia. Oculto mis manos entre sus dobleces y finjo estar alerta, pero es bien cierto que me he dejado vencer por un absurdo conformismo.
Se quiebran los años, pasan veloces las horas y aún me pregunto si me quedará tiempo para tender mi mano y sufragar alguna vida.
Me detengo exhausta. No voy a permitir que pase otro día y mi mirada no se detenga en tus ojos. No voy a permitir que mis labios sellados no emitan una frase de aliento. Si callo, omito lo que Dios quiere que diga, esas palabras prestadas que han de volar libres hacia oídos sedientos.
No voy a pasar de largo eludiendo mi deber, omitiendo que mi prójimo y yo somos iguales, tan iguales que sus pisadas y las mías dejan las mismas huellas.
No tengo razones para pasar de largo y sí para detenerme en el camino, sanar tus heridas y ofrecerte un lugar seguro donde descansar.
No puedo negarme a hacer el bien.
Obnubilada por los quehaceres de una nueva rutina, abarco con mis manos un fragmento largo de tiempo. Lo abrazo para que nadie me lo arrebate, es mío, sólo mío.
Quiero tener mi espacio, mi vida, mi yo. Todo determinado desde mi perfilado e imperfecto perfeccionismo. Mirando desde esa almena donde diviso lejanamente las cosas postergadas que cada vez se diluyen más y más en el horizonte.
Prometo lo que no cumplo, hablo demasiado apresurada para no decir gran cosa, parpadeo asombrada ante escenas que deberían ser descritas con fervor y a las que tan sólo aludo con nostalgia.
A veces me gana la desidia. Oculto mis manos entre sus dobleces y finjo estar alerta, pero es bien cierto que me he dejado vencer por un absurdo conformismo.
Se quiebran los años, pasan veloces las horas y aún me pregunto si me quedará tiempo para tender mi mano y sufragar alguna vida.
Me detengo exhausta. No voy a permitir que pase otro día y mi mirada no se detenga en tus ojos. No voy a permitir que mis labios sellados no emitan una frase de aliento. Si callo, omito lo que Dios quiere que diga, esas palabras prestadas que han de volar libres hacia oídos sedientos.
No voy a pasar de largo eludiendo mi deber, omitiendo que mi prójimo y yo somos iguales, tan iguales que sus pisadas y las mías dejan las mismas huellas.
No tengo razones para pasar de largo y sí para detenerme en el camino, sanar tus heridas y ofrecerte un lugar seguro donde descansar.
No puedo negarme a hacer el bien.