La Palabra de Dios es siempre más preciosa para el hombre que vive mayor tiempo en ella. El año pasado estaba sentado bajo un árbol de haya muy frondoso, y sentí placer al observar con mucha curiosidad, los hábitos singulares de ese árbol tan maravilloso, que parece poseer una inteligencia que otros árboles no tienen. Me sorprendía y me maravillaba la haya, pero luego pensé: yo no valoro tanto a esta haya como aquella ardilla. La veo brincar de rama en rama, y estoy seguro que la ardilla valora grandemente a esa vieja haya, porque tiene su hogar en un hoyo en algún lugar del árbol, y estas ramas son su abrigo, y la fruta que produce el árbol es su alimento. La ardilla vive en el árbol. Es su mundo, es el lugar donde juega, es su granero, es su hogar; ciertamente, el árbol es todo para la ardilla, en cambio para mí no lo es, pues yo tengo mi descanso y mi alimento en otro lado. Deberíamos de ser como ardillas en relación a la Palabra de Dios: vivir en ella, y vivir de ella. Ejercitemos nuestras mentes saltando en ella de rama en rama, encontrando nuestro alimento y nuestro descanso en ella, y haciendo de ella nuestro todo en todo. Nosotros seremos los que más nos beneficiaremos de ella, si la convertimos en nuestro alimento, nuestra medicina, nuestro tesoro, nuestra armadura, nuestro descanso, nuestra delicia. Que el Espíritu Santo nos lleve a hacer esto y que haga que la Palabra sea muy preciosa para nuestras almas. Spurgeon |