Las personas consagradas a Dios, en ocasiones, son zarandeadas por el adversario de Dios.
Por otro lado, No siempre los que practican el mal, en forma inmediata, sufren las consecuencias de su maldad.
Por lo cual, plantear como razonamiento general que las personas sufren como consecuencia de su pecado es un pensamiento equivocado.
El sufrimiento de Job, como de el de tantos otros, no fue producto de algún mal que hizo, sino provocado por el adversario de Dios.
A lo largo de la vida transitamos por momentos de dolor y alegría. Como dice en Eclesiastés: Hay "tiempo de llorar, y tiempo de reír..." (Eclesiastés 3.1-8).
Job sabía que su sufrimiento no tenía relación directa con un pecado en particular.
Job fue zarandeado en gran manera. Fue sacudido y aturdido por todos los acontecimientos, no solamente por las pruebas a las que estuvo sometido, sino también por el discurso de sus amigos que mal interpretaron lo que le había pasado.
Dice el texto: "Respondió Zofar y dijo: ¿Las muchas palabras no han de tener respuesta? ¿Y el hombre que habla mucho será justificado? ¿Harán tus falacias callar a los hombres?... Tú dices mi doctrina es pura, y yo soy limpio delante de tus ojos. Mas ¡oh, quién diera que Dios hablara y abriera sus labios contigo...! Conocerías que Dios te ha castigado menos de lo que tu iniquidad merece... ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?..." (Job 11.1-7).
Yo me imagino la cara de Job escuchando esto, desconcertado, preguntándose: "¿para qué se le habrá ocurrido venir a esta gente?"
La verdad es que, para deprimirse no necesitaba ayuda, le bastaba con todo lo ocurrido en su vida.
Pero acá hay una expresión clave de Zofar. Por fin lo dijo clarito: "...Dios te ha castigado menos de lo que tu iniquidad merece..."
Este es exactamente el núcleo de la doctrina de la retribución. Se plantea que el sufrimiento, el dolor que acontece al ser humano, es producto del castigo de Dios por su maldad. Entonces, como resultado de un razonamiento prejuicioso, escuchamos decir: "algo habrá hecho."
Cuando en realidad el sufrimiento es inherente al ser humano, forma parte de nuestra existencia.
Lo acontecido a Job me recuerda a los discípulos cuando estaban frente al ciego de nacimiento y le preguntaron a Jesús: "¿Quién pecó, éste o sus padres?," como indicando que la ceguera era producto del pecado.
Jesús les respondió que ni una cosa ni la otra, que esa enfermedad era para que la gloria de Dios se manifestara en esa vida.
Los amigos de Job estaban sumamente confundidos (aunque creían estar en lo cierto al juzgar a Job). Y entre tantas barbaridades que dijeron, interpretaron que Job quería asemejarse en santidad a Dios, por lo cual no reconocía que su pecado había provocado la sucesión de pérdidas que sufrió.
¡No entendieron nada!
Zofar muy desubicadamente le expresó: "...Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso" (Job 11.7).
¡Nada que ver!
Job nunca hizo alarde de su “perfección,” ni de su santidad o de que era considerado una persona justa. De hecho, no tenía necesidad de hacerlo, dado que ese era su estilo de vida.
Dios, al comienzo del libro, ya había reconocido que Job era una persona íntegra, recta, temerosa de Dios y apartada del mal (Job 1.8).
Recordemos, de acuerdo a lo compartido en reflexiones anteriores, que el desafío de ser perfectos como nuestro Padre es perfecto (Mateo 5.48, Santiago 1.4), nos remite a la idea de proseguir a la meta, de avanzar hacia el fin para el cual fuimos creados, que es vivir tomando en cuenta el modelo de Jesús para nuestras vidas.
La palabra que se traduce como "perfecto," en el Nuevo Testamento, al aludir al ser humano, no se refiere a algo acabado.
El apóstol Pablo, con relación a esto, dijo: “No quiero decir que ya lo haya alcanzado, ni que haya llegado a la perfección; sino que prosigo a ver si alcanzo aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
Dios hace posible que seamos perfectibles. Él nos ha constituido en justos, al depositar nuestra fe en Jesús, limpiándonos de todo pecado.
Y aunque Job vivió muchos años antes del ministerio terrenal de Jesús, Él en lo más profundo de su ser sabía que su libertador vivía, y que en un momento determinado lo libraría del mal que estaba atravesando.
Job, con toda claridad, dijo: “Yo sé que mi Redentor vive…” (Job 19.25).
Job la tenía reclara, con humildad se acercaba a Dios, oraba, era consciente de sus debilidades, y reconocía la soberanía de Dios.
Él sabía que el sufrimiento que padecía NO era un castigo de Dios.
Hoy, más allá de las pruebas que podamos experimentar, nosotros tenemos la certeza, a partir de la fe en Jesús como Señor y Salvador, que nuestro Redentor vive, y en Él encontramos vida abundante y eterna.
[Reflexión compartida por Ptra. C. Graciela M. de D’Ambrosio en:
http://cadadiaunaesperanza.blogspot.com.ar/2010/02/blog-post.html ]