Cuando yo era un joven predicador, no pensaba mucho en la guerra espiritual. Pensaba que cualquiera que caminaba en victoria no debía tener problema alguno con el diablo. Para mí, era sólo un asunto de resistir al diablo. Pero pronto encontré a un león rugiente lanzándose sobre mis debilidades con todas sus fuerzas y me sentí indefenso para hacerle batalla.
Muy a menudo veo al diablo haciendo lo mismo con otros cristianos sinceros. Conozco a multitudes de siervos piadosos, personas puras de corazón, que caminan en la gracia, que repentinamente son abrumados por una inundación demoníaca de confusión y desesperación.
Tales cristianos pueden estar trabajando diligentemente para el Señor por años. De pronto, un día, Satanás inyecta su mente con pensamientos acusadores. Y de la noche a la mañana son vencidos por problemas horribles, tentaciones inesperadas, codicia y depresión. Sus pruebas son tan profundas, extrañas y misteriosas, que estos santos no tienen idea de dónde vinieron.
Creo que existe una sola explicación: Sus problemas son ataques demoníacos. Vez tras vez he visto esto suceder a cristianos que están creciendo apresuradamente. En el punto más alto de su crecimiento espiritual, Satanás pone una vieja seducción en su camino. Puede ser una lujuria antigua, algo que pensaron que habían vencido años atrás. Pero ahora, después de años de vivir en victoria, están caminando sobre una cuerda floja, tambaleándose a punto de caer en una situación que los podría llevar a una terrible atadura.
He experimentado ese río. Y multitudes de creyentes están siendo arrastrados ahora mismo por él. Son inundados con persecuciones, ataques físicos, acosos mentales, tentaciones feroces del infierno, amigos volviéndose contra ellos como enemigos. Satanás ha planeado un ataque total, de último día y a toda fuerza para revolcarnos en total desesperación.
¿Cómo resistimos el poder de Satanás?
Juan nos ofrece la respuesta en Apocalipsis 12: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos” (versículo 11). Cuando escuches el rugido del león, cuando la inundación te azote y estés abrumado, sencillamente corre al Lugar Santísimo. Por fe, entra a la misma presencia de Dios en Su trono porque el Cordero ha creado un camino para ti, a través de su sangre.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:19-20).
David Wilkerson