En el capítulo 2 del Génesis, versículo 20, encontramos estas palabras: “puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él”. Adán vivía en una situación de privilegio; estaba en el paraíso donde Dios mismo le había colocado, rodeado de toda clase de árboles frutales, contemplando riachuelos cuyas aguas transcurrían cristalinas, y gozando la comunión con Dios. Hasta entonces la creación estaba casi completa. A través de un proceso creativo de seis días o períodos de tiempo, Dios había llevado a cabo toda su creación finalizándola con la formación de Adán. Pero he dicho que la creación estaba casi completa porque a Adán le faltaba algo, es decir, le faltaba alguien. Ninguno de aquellos animales a los que él mismo había puesto nombre podía llenar el vacío sentimental que continuaba experimentando.
Aquella varona, aquella primera mujer, vino a llenar el vacío de su corazón, el vacío de su vida.
La situación del hombre de hoy bien puede compararse a aquella situación de Adán. Y los que nos llamamos cristianos estamos en el deber de ayudar a tantos seres solitarios que arrastran vidas sentimentalmente vacías.Se ha puesto de moda en periódicos españoles la práctica de anunciar agencias matrimoniales con intercambio de direcciones, al objeto de unir a personas necesitadas de amistad y de cariño. Un artículo que he leído recientemente dice que en los Estados Unidos de Norteamérica hay sesenta millones de adultos que viven vidas solitarias, vidas vacías. Aquí, en España, el problema no alcanza esas proporciones por nuestro inferior número de población, pero sin embargo es un problema que existe. El mundo de los ancianos queremos resolverlo creando residencias. Les damos comodidades, les atendemos materialmente, pero lo que éstos hombres y mujeres necesitan es un poco de cariño, un poco de amor, algo que llegue a llenar ese vacío sentimental que la habitación de la residencia no puede darles, ni puede ofrecerles el aparato televisor puesto junto a la cama de su habitación.
Los cristianos, hoy día, hemos de saber ver este problema. Vivimos en una sociedad egocéntrica, donde cada cual busca lo suyo, y va a lo suyo. Somos incapaces de ver el vacío sentimental de otras vidas; niños abandonados por los padres, descuidados por los padres; jóvenes incomprendidos y vacíos de cariño; muchachas que han cumplido los veinte años y que no encuentran en quien depositar su amor; mujeres separadas, divorciadas, que viven con los sentimientos destrozados y con la vida rota; hombres y mujeres casados que viven realmente vacíos de sentimientos, con aquella soledad que Campoamor llamó la soledad de dos en compañía. Viven juntos, bajo el mismo techo, incluso duermen en la misma cama, pero con una gran barrera sentimental entre ellos. Las noches de estas personas son auténticos tormentos.
Hombres y mujeres que tienen la idea de que no son amados, y que tampoco se atreven a amar. ¿Es que ese problema no debe preocupar al cristiano de hoy? El vacío sentimental que está experimentando una gran parte de nuestra población debe inquietarnos, y debe llevarnos a la búsqueda de soluciones positivas. En la famosa novela ROBINSON CRUSOE éste casi muere de pena en la isla desierta. Pero la llegada de Viernes, con quien al principio solo consigue entenderse por señas, lo anima extraordinariamente. Sí, los solitarios sentimentales han de preocuparnos, y hemos de ayudarles con los medios que Dios ponga a nuestro alcance.
Aquella varona, aquella primera mujer, vino a llenar el vacío de su corazón, el vacío de su vida.
La situación del hombre de hoy bien puede compararse a aquella situación de Adán. Y los que nos llamamos cristianos estamos en el deber de ayudar a tantos seres solitarios que arrastran vidas sentimentalmente vacías.Se ha puesto de moda en periódicos españoles la práctica de anunciar agencias matrimoniales con intercambio de direcciones, al objeto de unir a personas necesitadas de amistad y de cariño. Un artículo que he leído recientemente dice que en los Estados Unidos de Norteamérica hay sesenta millones de adultos que viven vidas solitarias, vidas vacías. Aquí, en España, el problema no alcanza esas proporciones por nuestro inferior número de población, pero sin embargo es un problema que existe. El mundo de los ancianos queremos resolverlo creando residencias. Les damos comodidades, les atendemos materialmente, pero lo que éstos hombres y mujeres necesitan es un poco de cariño, un poco de amor, algo que llegue a llenar ese vacío sentimental que la habitación de la residencia no puede darles, ni puede ofrecerles el aparato televisor puesto junto a la cama de su habitación.
Los cristianos, hoy día, hemos de saber ver este problema. Vivimos en una sociedad egocéntrica, donde cada cual busca lo suyo, y va a lo suyo. Somos incapaces de ver el vacío sentimental de otras vidas; niños abandonados por los padres, descuidados por los padres; jóvenes incomprendidos y vacíos de cariño; muchachas que han cumplido los veinte años y que no encuentran en quien depositar su amor; mujeres separadas, divorciadas, que viven con los sentimientos destrozados y con la vida rota; hombres y mujeres casados que viven realmente vacíos de sentimientos, con aquella soledad que Campoamor llamó la soledad de dos en compañía. Viven juntos, bajo el mismo techo, incluso duermen en la misma cama, pero con una gran barrera sentimental entre ellos. Las noches de estas personas son auténticos tormentos.
Hombres y mujeres que tienen la idea de que no son amados, y que tampoco se atreven a amar. ¿Es que ese problema no debe preocupar al cristiano de hoy? El vacío sentimental que está experimentando una gran parte de nuestra población debe inquietarnos, y debe llevarnos a la búsqueda de soluciones positivas. En la famosa novela ROBINSON CRUSOE éste casi muere de pena en la isla desierta. Pero la llegada de Viernes, con quien al principio solo consigue entenderse por señas, lo anima extraordinariamente. Sí, los solitarios sentimentales han de preocuparnos, y hemos de ayudarles con los medios que Dios ponga a nuestro alcance.