Era el día 31 de agosto, lo recuerdo perfectamente. Había amanecido con sol, pero a lo largo de la jornada había ido cayendo una suave neblina. Yo estaba en el pueblo, en el porche de mi casa, sentada en una mecedora. Acababa de leer la vida de san Juan Bosco, había dejado el libro sobre una banqueta y recordaba algunas escenas de su vida. Recordaba, sobre todo, sus sueños, y envidié su capacidad de soñar.
-Así todo es más fácil –me dije. Lo duro es vivir cada día enredados en las dificultades que nos atrapan.
De repente, en medio de la bruma, apareció la figura de un hombre, sonriente y bonachón.
-Buenas tardes –me dijo amablemente. ¿Puedo sentarme a descansar un rato?
- Claro –le respondí. ¿Qué te trae por este pueblo? Creo que no te conozco
- No soy de aquí, soy peregrino y estoy de paso. Sólo descansaré un rato.
Cogió el libro que estaba sobre la banqueta y lo ojeó con atención.
- Veo que estás leyendo la vida de D. Bosco. ¿Te ha gustado?
-¡Claro! Pero él tuvo la suerte de tener sueños, y así todo es más fácil en la vida.
- Todos tenemos sueños- me respondió muy convencido. ¿Tú qué sueñas ahora?
Noté que me ponía roja, pero él me miraba sonriendo, como esperando mi respuesta y eso me devolvió la confianza.
-Sueño con dar clase este nuevo curso con la misma ilusión con la que empecé a dar clase hace muchos años…
-¡Estupendo!, pero no es suficiente. ¡Atrévete a soñar más!
-Sueño que comparto la experiencia que he adquirido a lo largo de estos años con jóvenes que recogerán el testigo y darán clase de religión…
-¡Bien, pero tampoco es suficiente! –me dijo con autoridad. ¡Cierra los ojos y atrévete a descubrir los sueños que llevas en tu corazón!
Recuerdo que tuve la sensación de que alguien abría de golpe un cofre que había permanecido cerrado mucho tiempo.
-Sueño que mi experiencia se transforma en semillas, de muchas formas y colores, y salgo cantando a sembrar cada mañana. Sueño que miro a los ojos a cada alumno y alumna y puedo leer en su mirada los mensajes cifrados de su corazón. Sueño que le nacen alas a cada una de las hojas en las que he ido escribiendo mis apuntes de clase durante años, y las hojas salen volando, llegando a lugares insospechados. Sueño que las estanterías de mi casa se quedan vacías, porque cada libro se va con la persona que lo necesita. Sueño que de la pantalla del ordenador salen dos manos, unidas en forma de cuenco, para recoger todo lo que puedo compartir en este momento de la vida. Sueño que me voy a un país lejano para enseñar a leer y escribir…, y para aprender el abecedario de la vida desde otra perspectiva. Sueño que en las aulas se oye la música del Espíritu y danzamos todos como juglares.
De repente abrí los ojos. La mecedora en la que había estado sentado el peregrino seguía balanceándose suavemente, pero estaba vacía. La niebla había levantado un poco y pude ver cómo el peregrino se alejaba lentamente.
Quise salir corriendo tras él, para que siguiera hablándome de sueños, pero caí en la cuenta de que era mejor volver a cerrar los ojos y seguir descubriendo los que ya tenía en mi corazón. Sólo entonces comprendí quién había venido a visitarme, para enseñarme a soñar.
(Parábola de Marifé.