No siempre logro secar mis lágrimas con la prontitud que deseo, a veces su recorrido es largo y llegan a inundar mi corazón con una salada desazón.
Cuando estoy cerca de Dios, emito mi ruego con la voz del alma y espero que este clamor llegue vivo a sus oídos divinos.
En el espacio que trancurre hasta llegar a Él, son muchas las lágrimas que vierto.
Ansío secarlas para que nadie las vea, pero, no soy lo ágil que quiero y en muchas ocasiones me ven llorar.
Sé que es necesario verter ese amargo pesar, sé que guardarlo dentro mí no es la mejor opción. Derramar mi llanto, emitir oraciones, fundirme con la bruma y dejar que el tenue sol de la mañana disipe toda tristeza.
A lo que me niego con absoluta rotundidad es a permanecer de forma perpetua en esta sala fría de eterno pesar. A dejarme manipular por sentimientos que debieron quedar sepultados y que reaparecen una y otra vez.
Cuando acaricio lo que pudo ser y no fue, estoy perpetuando mi dolor.
Cada vez que me limito viendo como los demás avanzan y yo sigo apesadumbrada en la línea de salida , estoy haciéndoles ver a quienes miran desde lejos que mi Dios no es todopoderoso.
Mi llanto al igual que el tuyo ha de tener su fin. Debe quedar en el pasado, convertido en un triste recuerdo sobre el que verter capas de olvido.
Cada día contiene la dosis adecuada para que podamos hacer de él una jornada memorable. No siempre los ingredientes que se nos dan son los apropiados, o no sabemos mezclarlos correctamente, pero si en este nuevo día nos concedemos la oportunidad de ser felices seremos conscientes de que la vida está formada por pequeños instantes de imprecisa felicidad. Roces sencillos que nos hacen cosquillas en el alma.
Recuerda, que hay tiempo de llorar y tiempo de reír.
Guarda hoy tu tristeza y pon una sonrisa en tu rostro.