De una manera u otra, todos sentimos dolor. Toda persona en la Tierra lleva su propia carga de dolor.
Cuando uno está profundamente dolido, nadie en la Tierra puede apagar los temores internos ni las más profundas agonías. Ni el mejor amigo puede entender la batalla que uno está pasando o las heridas infringidas.
¿Existe algún bálsamo para un corazón quebrantado? ¿Hay sanidad para esas heridas internas profundas? ¿Se pueden juntar los pedazos y hacer que el corazón sea aun más fuerte? ¡Sí! ¡Absolutamente sí! Si no se pudiera, entonces la Palabra de Dios sería una trampa y Dios mismo sería un mentiroso. ¡Eso no puede ser!
Dios no te prometió un estilo de vida sin dolor. Él te prometió una “salida”, te prometió ayudarte a llevar tu dolor; fuerzas para ponerte otra vez de pie cuando la debilidad te hace tambalear.
Nuestro Padre amoroso dijo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).
Tu Padre celestial te cuida sin parpadear. Cada movimiento es monitoreado. Cada lágrima es guardada. Él se identifica con tu dolor y siente cada golpe. Él no permitirá que tu dolor deteriore tu mente. Él nunca permitirá que te ahogues en tus lágrimas y Él promete venir, justo a tiempo, para enjugar esas lágrimas y darte gozo en lugar de luto.
Tú tienes la capacidad de hacer que tu corazón se regocije y se alegre en el Señor. El ojo de Dios está sobre ti y Él te ordena levantarte y sacudirte de todos esos miedos que están causando duda.
“Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmos 34:15).