Terminó el Mundial. Durante el desarrollo del mismo, como siempre, abundaron todo tipo de cábalas utilizadas por simpatizantes y fanáticos de los distintos países participantes. Es un comportamiento supersticioso, un rito que, supuestamente, habría de influir en el resultado de un partido.

Esto quiere decir, por ejemplo, que si has visto el primer partido de tu equipo sentado en determinado sillón, cruzado de piernas, comiendo una picada con tu tío Pepe y tu perro Tito… y tu equipo venció, deberás repetir lo mismo en el próximo partido. A tu tío Pepe se le complica porque está con pulmonía, pero hay que repetir la fórmula. Lo traes con una ambulancia. Quedaste acalambrado en el match anterior porque suponías que si descruzabas tus piernas se perdería la magia. No importa. Habrá que sacrificarse por la patria. A cruzarse de piernas y a armar la picada. Tu equipo pierde groseramente, pero no resignarás tu espíritu cabulero. La culpa la tuvo el perro Tito porque salió a la calle para hacer sus necesidades justo en el momento en que el defensor perdió la marca y nos hicieron el gol. Tito quedará en penitencia y por diez días no tendrá su comida preferida. En todo caso, inventarás una nueva cábala que viajará a través del aire e influirá en que tu equipo quizá obtenga un décimo cuarto puesto. El relator televisivo de turno, que ya no sabe a qué apelar para que no cambies de emisora, te hará sentir que tu presencia allí con tu cábala y en ese canal, será la clave para el triunfo. Y así con tus cábalas te sentirás tan protagonista como el mismísimo goleador del partido final.

Las cábalas, las cábalas… sólo una manifestación más de nuestra necesidad de protagonismo. Una expresión de nuestra tendencia a la personalización. Todo pasa por nosotros. Todo tiene que ver con nosotros. Todo depende de nosotros. ¡Mentira! No sólo las cábalas son una gran mentira. También es mentira que el mundo gira alrededor nuestro.

No es cierto que cada mala cara de los demás sea porque hiciste algo malo.
No es cierto que todos los buenos o malos resultados (más allá de los futbolísticos) se deban a tu buen o mal desempeño.
No es cierto que la gente viva tan pendiente de ti.

Saber que no somos  tan importantes para el resto de la humanidad puede ser una herida para nuestro narcisismo. Pero ¡puede ser tan liberador! Si todo deja de pasar por nuestras manos, si no somos el centro del universo, nuestra mochila ha de ser menos pesada. Podremos concentrarnos en esa pequeña baldosa de este mundo sobre la cual tenemos influencia. Y bienvenida sea esa pequeña baldosa…

Amigo, sólo Dios piensa en ti las 24 hs. Los demás tienen bastante con lo cual entretenerse; déjalos en paz y date paz a ti mismo. Por supuesto que puedes ser protagonista, pero el mundo es muy amplio. Enfócate en tu pequeña baldosa.

GUSTAVO BEDROSSIAN