Génesis 50:17
“Por favor, te ruego que perdones la maldad y pecado de tus hermanos que tan mal te trataron”
Recién al final de sus días los temerosos hermanos confiesan sus crueldades y piden perdón a José por sus felonías. Pero mucho tiempo antes, quizá desde el primer día en que los volvió a ver, José ya ha iniciado su proceso de perdonar la maldad de sus hermanos.
El perdón es la llave maestra que nos abre el camino para estar en paz con nuestro prójimo y con nosotros mismos. Sin perdón, no hay paz.
Hay muchas personas que junto con la ofensa entierran el odio, y junto con el agravio, sepultan el rencor. Así los que nos hirieron, quedan atados por sentimientos de juicio condenatorio. Cuando esto ocurre, la paz es algo imposible de recuperar. Esa fue la amarga experiencia de los hermanos de José, primero dieron lugar a los celos, después al enojo, éste se transformó en resentimiento y de allí pasaron a la venganza. Mientras tanto, José recorrió el camino inverso: de la herida, pasó al perdón y del perdón, pasó a la paz.
¡Perdonar es abrirle la puerta de la celda al que tenemos encerrado porque nos hizo algún daño, perdonar es romper las facturas pendientes del deudor, perdonar es devolverle una oportunidad más al que no lo merece.
Caminemos este día en el fruto de la paz, como lo hizo José, revistiéndonos con sentimientos de compasión, bondad, mansedumbre, paciencia. Soportándonos y perdonándonos unos a otros. Sobre todo revistámonos de amor, que es el lazo de la perfecta unión, y así la paz de Cristo reinará en nuestros corazones (Colosenses 3:12-15).
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