Hicieron que los gritos de los pobres y oprimidos llegaran hasta Dios, y él los escuchó. Job 34:28
Existen y forman parte del paisaje urbano.
Estamos tan acostumbrados a verlos que cuando no están nos preguntamos:
¿Aquí qué falta? Veo este rincón un poco vacío, ¿Qué había aquí antes?
Son parte de la sociedad pero hacemos como si no estuvieran.
Vivimos de espaldas a ellos, intentando no involucrarnos en sus necesidades, evitando el contacto para no ser contagiados por su desventura. ¡Dios nos libre de tal mal!
Viven entre nosotros, lejanamente cerca.
Sucumbimos a la voz que nos empobrece y nos posiciona en el lugar incorrecto. Fingimos ser buenos samaritanos, pero a la hora de la verdad es mucho más cómodo dar la espalda.
Llorar con los que lloran. Conocemos la teoría, pero, cuántas lágrimas ajenas son vertidas y no encuentran apoyo en nuestro hombro.
Etiquetamos a los necesitados. Están los pobres, los extranjeros, los drogadictos, los enfermos mentales… mendigan por nuestras calles, todos con necesidad de ser atendidos. Aunque limitados en recursos, los que hemos decidido tener a la persona de Jesucristo como modelo a seguir, no podemos limitar nuestra compasión.
Ayudar no es simplemente arrojar una moneda al cestillo del mendigo. Ayudar es oír, es mirarlo a los ojos y ofrecerle una vía de solución a sus problemas. Es preocuparse, invertir un poco de tiempo en conocer al necesitado e indicarle dónde puede encontrar ayuda.
Hacer esto es fácil cuando miramos a través de los ojos de Jesús.
Aplico a mi vida esto que escribo. Intento aprender de mis errores y sortear la pereza para aumentar diariamente mi capacidad para ver de una forma distinta lo que a menudo pasa ante mí preñado de rutina.
Ocupar mi tiempo en aquello que es relevante a la vista de Dios. Proceder ante circunstancias de la vida con la sabiduría que sólo puedo adquirir estando cercana al padre.
Llorar con los que lloran. Aprender a ser prójimo sin miedo a lastimarme. Comunicar la Verdad con gestos sencillos impregnados de amor. No limitar el poder que hay en mí proveniente de Dios y que me ha sido dado para hacer buen uso de Él.
Aprender a restaurar los rotos portillos que permiten que haya vidas desvalijadas, desoladas. Cada persona tiene una historia que lo acompaña, una narración de sinsabores y pesares. Detrás de cada necesidad existe un sediento deseoso por calmar su sed.
Yo quiero ser portadora de agua fresca. Quiero hacer llegar a Dios los gritos de los pobres y oprimidos, los gritos silenciados de quienes no se sienten oídos.
Existen y forman parte del paisaje urbano.
Estamos tan acostumbrados a verlos que cuando no están nos preguntamos:
¿Aquí qué falta? Veo este rincón un poco vacío, ¿Qué había aquí antes?
Son parte de la sociedad pero hacemos como si no estuvieran.
Vivimos de espaldas a ellos, intentando no involucrarnos en sus necesidades, evitando el contacto para no ser contagiados por su desventura. ¡Dios nos libre de tal mal!
Viven entre nosotros, lejanamente cerca.
Sucumbimos a la voz que nos empobrece y nos posiciona en el lugar incorrecto. Fingimos ser buenos samaritanos, pero a la hora de la verdad es mucho más cómodo dar la espalda.
Llorar con los que lloran. Conocemos la teoría, pero, cuántas lágrimas ajenas son vertidas y no encuentran apoyo en nuestro hombro.
Etiquetamos a los necesitados. Están los pobres, los extranjeros, los drogadictos, los enfermos mentales… mendigan por nuestras calles, todos con necesidad de ser atendidos. Aunque limitados en recursos, los que hemos decidido tener a la persona de Jesucristo como modelo a seguir, no podemos limitar nuestra compasión.
Ayudar no es simplemente arrojar una moneda al cestillo del mendigo. Ayudar es oír, es mirarlo a los ojos y ofrecerle una vía de solución a sus problemas. Es preocuparse, invertir un poco de tiempo en conocer al necesitado e indicarle dónde puede encontrar ayuda.
Hacer esto es fácil cuando miramos a través de los ojos de Jesús.
Aplico a mi vida esto que escribo. Intento aprender de mis errores y sortear la pereza para aumentar diariamente mi capacidad para ver de una forma distinta lo que a menudo pasa ante mí preñado de rutina.
Ocupar mi tiempo en aquello que es relevante a la vista de Dios. Proceder ante circunstancias de la vida con la sabiduría que sólo puedo adquirir estando cercana al padre.
Llorar con los que lloran. Aprender a ser prójimo sin miedo a lastimarme. Comunicar la Verdad con gestos sencillos impregnados de amor. No limitar el poder que hay en mí proveniente de Dios y que me ha sido dado para hacer buen uso de Él.
Aprender a restaurar los rotos portillos que permiten que haya vidas desvalijadas, desoladas. Cada persona tiene una historia que lo acompaña, una narración de sinsabores y pesares. Detrás de cada necesidad existe un sediento deseoso por calmar su sed.
Yo quiero ser portadora de agua fresca. Quiero hacer llegar a Dios los gritos de los pobres y oprimidos, los gritos silenciados de quienes no se sienten oídos.