Génesis 48:10 “Así que José, acercó a los niños a su padre y él los besó y los abrazó”
En la familia de José saben expresar los afectos. En cuanta oportunidad se presenta, se besan, se abrazan, lloran o ríen juntos. Saben que no sólo el lenguaje sirve para comunicarse, han experimentado que el cuerpo también es bueno para transmitir mensajes de paz y lo usan.
Los expertos dicen que sólo en las manos está concentrada la tercera parte de los cinco millones de receptores del tacto... por lo tanto, cada vez que apoyamos nuestra mano en el hombro de una persona abatida, o en la rugosa piel de un anciano, no sólo estamos haciendo funcionar al sistema nervioso, sino comunicando cuidado, compañía, consuelo, gratitud y paz.
A muchos de los moribundos que la Madre Teresa recogía en las calles de Calcuta, se les tomaban las manos a la hora de su muerte para que, al dejar este mundo, aquellas solitarias personas pudieran partir acompañadas del contacto y del calor humano.
¿Qué habrán sentido el leproso, el ciego o el mendigo cuando la mano de Jesús los tocó? Cuántos años sin que nadie rozara su piel, cuántos días, meses y años sin que nadie se les acercara por temor al contagio de la maldición, quizá toda una vida sin que alguien los estrujara en un abrazo. Cuando Jesús se acerca, los mira y los toca, no sólo les devuelve la dignidad humana, también les deja la paz de sentirse reconocidos y valorados por alguien.
Caminemos este día en el fruto de la paz, abriéndole no sólo el corazón, pero también la mano afectuosa al que la necesite.
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