A comienzos del siglo diecinueve, la industrialización dio paso a una nueva clase media —la burguesía— que buscaba legitimarse mediante una ética de mucho trabajo y rectitud moral. En respuesta a la aparente hipocresía y rigidez burguesa, surgieron comunidades bohemias, que van desde el París de los años cuarenta del siglo diecinueve de Henri Murger hasta el grupo Bloomsbury de Londres, los Beats de Greenwich Village, en Nueva York, o las actuales escenas de rock indie.
De algún modo, en las llamadas guerras culturales están presentes estos mismos temperamentos e impulsos conflictivos de la sociedad moderna. En la actualidad, un número creciente de personas se consideran no religiosas o incluso antirreligiosas; creen que los asuntos morales son muy complejos y miran con recelo a cualquier individuo o institución que reclame la autoridad moral sobre la vida de los demás. A pesar del (o tal vez debido al) aumento de este espíritu secular, también se ha producido un crecimiento considerable de los movimientos religiosos conservadores y ortodoxos. Alarmados por lo que perciben como un fuerte ataque de relativismo moral, muchos se han organizado para «retomar la cultura» y tienen una opinión tan negativa de los «hermanos menores» como la de los fariseos.
Entonces, ¿de qué lado está Jesús? En El señor de los anillos, cuando los hobbits le preguntan al anciano Bárbol de qué lado está, este les responde: «No estoy del lado de nadie, porque nadie está de mi lado… [Pero] obviamente, hay algunas cosas de cuyo lado no estoy»(1). La respuesta de Jesús a esta pregunta, por medio de la parábola, es similar. Él no está del lado de los irreligiosos ni del de los religiosos, pero señala que el moralismo religioso es una condición espiritual particularmente letal.
Esto es difícil de comprender en la actualidad, pero cuando el cristianismo surgió, no fue considerado como una religión. Era la no-religión por excelencia. Imaginen a los vecinos de los primeros cristianos preguntándoles por su fe. «¿Dónde está tu templo?». Los cristianos respondían que no tenían templo. «¿Cómo puede ser? ¿Dónde ofician sus sacerdotes?». Los cristianos respondían que no tenían sacerdotes. «Pero… —balbuceaban sus interlocutores—, ¿dónde están los sacrificios para complacer a sus dioses?». Los cristianos respondían que ellos ya no hacían sacrificios. Jesús era el templo para acabar con todos los templos, el sacerdote para acabar con todos los sacerdotes y el sacrificio para acabar con todos los sacrificios (2).
Nadie había escuchado algo así, y por eso los romanos los llamaron «ateos», porque lo que decían los cristianos sobre la realidad espiritual era único y no podía clasificarse al lado de las otras religiones del mundo.
No deberíamos pasar por alto la ironía contenida aquí, ahora que estamos inmersos en nuestras guerras culturales contemporáneas. Para la mayoría de las personas de nuestra sociedad, el cristianismo significa religión y moralismo. La única alternativa al cristianismo (aparte de otra religión) es el pluralismo laico. Sin embargo, no lo fue desde un comienzo. El cristianismo fue considerado como un tertium quid, algo diferente por completo.
El punto clave aquí es que, en general, los practicantes religiosos se ofendieron con Jesús, pero los que estaban alejados de las prácticas religiosas y morales se sintieron intrigados y atraídos hacia él. Esto es algo que podemos ver en las narraciones del Nuevo Testamento sobre la vida de Jesús. En todos los casos en los que Jesús se encuentra con una persona religiosa y un marginado sexual (como en Lucas 7), o con una persona religiosa y un marginado racial (como en Juan 3—4), o con una persona religiosa y un marginado político (como en Lucas 19), quien conecta con Jesús es el marginado, no siendo así con el del tipo del hermano mayor, que permanece alejado. Jesús les dice a los respetables líderes religiosos: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mateo 21:31).
Las enseñanzas de Jesús atraían sin cesar a los irreligiosos de aquella época, mientras que ofendían a los religiosos y creyentes en la Biblia. Sin embargo, y en términos generales, hoy por hoy nuestras iglesias no producen este efecto. El tipo de personas marginadas que Jesús atraía no se sienten atraídas a las iglesias contemporáneas, por más progresistas que estas sean.
Nuestra tendencia es atraer personas conservadoras, acartonadas y moralistas. Los licenciosos y liberados, los fracasados y marginales evitan la iglesia, lo cual solo puede significar una cosa: si la predicación de nuestro ministerio y las prácticas de nuestros parroquianos no tienen el mismo efecto sobre las personas que tuvieron las de Jesús, entonces no debemos estar difundiendo el mismo mensaje que él difundió.
Tomado del libro Dios Prodigo, © 2012 por Timothy Keller (ISBN: 978-0-8297-5899-3). Usado con permiso de Editorial Vida.