Por todo el mundo de hoy, multitudes de padres cristianos sufren porque sus hijos están bajo el poder del diablo. En nuestra iglesia, veo el dolor de las madres que vistan a sus hijos en la prisión. Ellas conocen el dolor de sentarse a un lado de una ventana de cristal grueso, mirando a un muchacho que alguna vez tuvo un espíritu tierno. De alguna forma comenzó a usar drogas y después trató de robar para mantener su vicio. Y ahora está en prisión, endureciéndose aun más. Ella ha orado por él durante años, pero ahora está perdiendo la esperanza. Ella no cree que él llegará a cambiar.
También veo padres con el corazón destrozado, que nunca pensaron que sus hijas usarían drogas. Vieron a su pequeña hija con malas compañías en la escuela, enganchándose en el vicio. Pronto ella se puso tan rebelde que su padre tuvo que pedirle que se fuera de casa debido a su influencia sobre sus hermanos menores. Así que ahora está en las calles, vendiendo su cuerpo para pagar su vicio. Y su padre llora un mar de lágrimas en las noches sobre su cama. Él está seguro de haberla perdido para siempre.
Conozco a un padre que condujo hasta el barrio más bajo a buscar a su hijo drogadicto. Tuvo que preguntar hasta que finalmente un vendedor de drogas le dijo que su hijo estaba en una casa de crack. Cuando el hombre entró al lugar, encontró un cascarón de lo que había sido su hijo. El cuerpo del muchacho era esquelético por el uso de drogas. Cuando el padre le rogó que volviera a casa, el joven ni lo miró. Sólo le dijo: “Vete, ésta es mi vida, ahora”.
Ese quebrantado padre salió quebrantado a la calle bañado en lágrimas. Había perdido toda esperanza, sufriendo: “Ese es mi hijo. Se está muriendo y no me deja ayudarlo”.
El diablo les ha dicho a estos padres que no hay esperanza para sus hijos, que sus problemas nunca serán solucionados. Los ha convencido de una mentira poderosa: Que Dios no puede ayudarles.
Quizás pienses que no hay esperanzas para tu esposo inconverso, que él nunca vendrá a Jesús. O quizás has perdido la esperanza por tu esposa, que te deja de noche y se va de parranda. Pero ninguna persona está tan lejos que Dios no pueda alcanzar. Conozco a muchos cónyuges cristianos que testifican hoy: “Oré por mi cónyuge por años. Entonces, un día, después de haber perdido toda esperanza, Dios intervino. Él salvó y libertó a mi ser querido”.
Nunca debemos darnos por vencido con nadie. “…para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).