¡Oh Señor!
Nos presentamos con humildad delante de Tí en esta mañana, conscientes de que una vez más permitimos que el orgullo, la autosuficiencia y el amor propio se instalaran en nosotros alejándonos de Tu presencia, y vaciándonos de Tu amor.
Al tomar distancia, al escondernos sintiéndonos desnudos, hemos quebrado también la armonía con nuestros hermanos.
Y sin embargo, Tú nos bendices con un nuevo amanecer. Nos inundas con tus dones de consuelo y comunión de Espíritu, nos vuelves a invitar a regocijarnos en tu afecto profundo y nos convidas con Tu amor, Tu gozo, Tu misericordia, Tu Paz.
Esta enorme contradicción nos pone de rodillas para pedirte perdón.
Danos, Señor, la humildad que nos permita no mirar solamente lo nuestro, sino también a los demás, librados de todo espíritu de vanagloria.
Danos, Señor, el Espíritu de Cristo, quien lo dió todo por nosotros, hasta darse a sí mismo, y nos obsequió ejemplo vivo de humildad, amor y de cabal obediencia a Ti.
Ayúdanos a confiar en la Iglesia toda como un cuerpo, como Tu cuerpo, y a ponerte como cabeza, para emprender el camino de hecho y de palabra, anunciando para Tu Gloria las bondades de ese Jesús que vino a morir en el madero de la Cruz por nuestra vida.
Que ante Él se doble esta mañana toda rodilla en la Creación entera, y todo labio confiese Su santo Nombre.
Filipenses 2: 1-11 Por tanto, si hay algún aliento en Cristo; si hay algún incentivo en el amor; si hay alguna comunión en el Espíritu; si hay algún afecto profundo y alguna compasión, completad mi gozo a fin de que penséis de la misma manera, teniendo el mismo amor, unánimes, pensando en una misma cosa. No hagáis nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimad humildemente a los demás como superiores a vosotros mismos; no considerando cada cual solamente los intereses propios, sino considerando cada uno también los intereses de los demás.
Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús:
Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!
Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese
para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
Santa Biblia : Reina-Valera Actualizad. (1989). (electronic ed. of the 1989 editio., Flp 2.1–11). El Paso: Baptist Spanish Publishing House.