Hace una semana fuimos con mi esposa Fabiana al cine para ver “Relatos Salvajes” de Damian Szifrón. Genialidad. Humor negro. Situaciones disparatadas. La película me mostró, a través de seis historias muy bien narradas, lo que veo a diario en la vida cotidiana y en la práctica profesional (por sólo mencionar algunas de las tantas reflexiones que me disparó el filme):
- Existen individuos tan predispuestos hacia la violencia que sólo están buscando una buena excusa para desplegarla. Piden a gritos que alguien les dé una oportunidad para descargar su ira contenida.
- También están los que sin vivir en el mundo de la violencia permanente, ante un “anzuelo” de la vida pueden llegar a los niveles más bajos de la confrontación sin medir consecuencias
- Afortunadamente también existen personas que tendrán la posibilidad de vengarse de quien les provocó grandes padecimientos, pero no harán uso de esa opción
- Una vez que se inicia un proceso “salvaje” en nosotros, ¡cuán difícil es detenerlo! Aún cuando nos estamos retirando de la situación, a veces cometemos la torpeza de volver a pelear para agravar aún más el problema
- Los agravios y rechazos sufridos a través de los años que no han sido bien procesados y sanados pueden convertir a un ser “pasivo y pacífico” en el peor vengador
- Gran parte de la sociedad puede llegar a convertir en héroe a un individuo que despliegue un acto de violencia cuando éste comete un atentado contra el sistema burocrático concretando la fantasía que muchos alguna vez tuvieron, pero nunca hubieran materializado
- La corrupción es una de las peores formas de violencia, aunque no siempre sea tan claramente visible.
Alguna vez leí a mi padre en uno de sus libros donde cuestionaba que definieran como un “acto inhumano” el genocidio que sufrió el pueblo armenio. Lo que él planteaba es que justamente es el ser humano el único que puede llegar a cometer atrocidades semejantes. Su tesis es que todos tenemos potencialmente una gran carga de violencia y que, bajo determinadas situaciones, podemos llegar a desplegarla sin ningún tipo de límites.
Estoy de acuerdo con esa forma de pensar. Y cada día lo confirmo más. Todos podemos llegar a conectarnos con nuestro lado más oscuro y convertirnos en otro protagonista de un “relato salvaje”. Darme cuenta de esto me sirve como escudo protector. He aprendido que debo desconfiar de mí, que no soy mejor que aquellos que han tenido comportamientos monstruosos y que también puedo llegar a ser violento con formas sutiles en la vida cotidiana. Me ha servido muchas veces para “dejar pasar” algunas provocaciones porque sé que en el otro también habita un ser salvaje que puede arremeter en cualquier momento.
Algunas sugerencias entonces:
- Identifiquemos con celeridad al “salvaje” que habita en nosotros cuando comienza a despertarse.
- Alejémonos de las situaciones de riesgo.
- Tomemos también distancia de aquellas personas que están amigadas con la violencia porque podremos convertirnos en algo parecido a ellos.
- Elijamos vivir con salud como una prioridad por encima de nuestro lado justiciero.
- Sin olvidarnos de poner límites, pero siempre en un espíritu de paz y edificación.
Amigo, un proverbio bíblico expresa: “Comenzar una pelea es como abrir las compuertas de una represa, así que detente antes de que estalle la disputa” (Proverbios 17:14, NTV). Detente. Detente. Detente. Todavía estás a tiempo de evitar una salvajada. Detente.
GUSTAVO BEDROSSIAN