Esta es la Palabra inspirada por Dios y cada palabra fue escogida cuidadosamente. La destrucción viene repentinamente como los dolores de parto de una mujer a punto de dar a luz a un bebé. La mujer aquí es una sociedad perdida, malvada e impía; y los juicios van a venir como los dolores de parto.
Cuando el momento del nacimiento se acerca, los dolores comienzan a aumentar tanto en número como en intensidad. Pueden venir con una hora de diferencia, después cada media hora, luego cada diez minutos. Ella es llevada a un hospital, y los dolores siguen aumentando. De repente, trabajo de parto constante: dolor. Su aplicación espiritual es que la destrucción final comenzará con advertencias dolorosas que se intensificarán y se acelerarán.
Creo que nuestra sociedad ya se dirige a la sala de partos. Vemos las señales en nuestro mundo convulsionado y quedamos como observadores paralizados e impotentes ante hechos de una magnitud aterradora e inimaginable.
Nuevas enfermedades, resistentes a lo que la ciencia puede enfrentar. Las drogas se han disparado en nuestra sociedad, otra plaga. El abuso de drogas se está extendiendo como la peste negra de los siglos pasados. ¡Las pandillas ahora vagan por nuestras ciudades asaltando, robando y asesinando! Pablo nos advierte que todo se va a intensificar, y Dios está acelerando el ritmo de problemas y aflicciones.
El Espíritu Santo también está soplando la trompeta más fuerte y suena más inquietante. Nunca hemos oído tantas advertencias. Nunca ha habido más atalayas clamando desde los muros. De hecho, ha habido tantas advertencias que muchos del pueblo de Dios han hecho oídos sordos. La sociedad está con dolores de parto, el juicio está siendo desencadenado, y la gente está recurriendo a los ídolos y la diversión. Jesús dijo que debemos regocijarnos cuando veamos que todas estas cosas suceden porque significa que nuestra redención está cerca.
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28).
adaptación de un texto de DAVID WILKERSON